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Venía de visitar á hombres que conocía de larga fecha y de recoger grandes promesas, dadas con la galantería melancólica y protectora que inspiran los recuerdos lejanos de amor. Como no veía otro remedio á su situación que estas palabras, había necesitado creer en ellas, forjándose ilusiones sobre su eficacia; pero ahora, al conocer el plan de Robledo, todo su optimismo acababa de derrumbarse.

Torrebianca, que al marchar detrás de ella sentía de nuevo su poder de dominación, creyó del caso protestar para convencerla de su fidelidad. Yo no te abandonaré nunca... Se lo he dicho á Manuel varias veces. Pero Elena no lo escuchaba, y continuó avanzando hacia Robledo.

Watson parecía triste, y se limitó á contestar: Como hoy no trabajamos, voy á dar unos galopes por el campo. Al marcharse el joven acabó Robledo de vestirse, paseando después por el comedor. Cuando en sus evoluciones pasaba ante la puerta de la pieza ocupada por Torrebianca, sentía la tentación de entrar. Deseaba ver á su amigo. Un vago presentimiento le infundía cierta inquietud.

Watson la miró con asombro, y Robledo hizo un gesto disimulado, llevándose un dedo á la frente para indicar que la creía algo loca. El marqués permaneció impasible, como si nada de su mujer pudiera causarle extrañeza. Siempre he comido con traje descotado dijo Elena , y no veo la razón de modificar aquí mis costumbres. Sería para un tormento.

Robledo, en sus visitas á Buenos Aires, intentó averiguar algo de aquel Moreno que había huído con Elena; pero nunca obtuvo noticias precisas. Los dos habían caído en Europa como en un mar que se cerrase sobre sus cabezas, ocultándolos para siempre. «Debe haber muerto acababa diciéndose el español . Indudablemente ha muerto. Una mujer de su especie no podía vivir mucho

Huyeron los gauchos, perseguidos por los obreros del dique, y acudieron las mujeres, lo mismo las danzarinas del establecimiento que las pertenecientes á las familias del pueblo, para rodear á los dos heridos y levantarlos. González, que protestaba á gritos, sin que nadie le escuchase, hizo un gesto de alegría al reconocer á Robledo, como si éste pudiera arreglarlo todo.

Conservaba la misma esbeltez arrogante de la otra seguida por Robledo, pero sus ropas y su rostro revelaban una miseria mayor. Bebía á lentos sorbos el contenido de una gran copa y se retrepaba á continuación en el diván, cerrando los ojos como si estuviese ebria.

Si obedeces á mamá y vas con mademoiselle al Bosque, esta noche cuando te acuestes te contaré un cuento muy largo... ¡muy largo! Carlitos aceptó la promesa, dejándose llevar por la institutriz sin nuevas rebeldías. ¡Ya se fué el déspota! dijo Robledo, fingiendo una gran satisfacción al verse libre de él. Celinda sonrió agradecida.

Luego se volvió hacia Robledo: ¿Y usted, baila?... El ingeniero fingió que se escandalizaba. ¿Dónde podía haber aprendido los bailes inventados en los últimos años?

El perverso ejemplo de los obreros del dique empieza á perturbar á los demás. Nuestra gente quiere menos horas de trabajo, como los otros... No comprendo en qué piensa ese pobre Pirovani. Tiene completamente abandonadas sus obras. Le miró fijamente Robledo, guardando silencio, mientras Torrebianca continuaba dándole noticias.