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Robledo, que había recobrado su tranquilidad, dijo gravemente: Estoy seguro de ello... Pero todavía es usted joven y tiene tiempo para esperar. Tal fué su arrobamiento al oir esta respuesta, que acabó por acariciar el rostro de su acompañante con los lentes que tenía en una mano. ¡Oh, la galantería española!... Pero separémonos; guardemos nuestro secreto ante un mundo que no puede comprendernos.

Volvió á levantar la cabeza para sonreir melancólicamente mirando al español. Tal vez mi felicidad hubiese sido encontrar un compañero como usted: animoso, enérgico, capaz de domar á la fortuna rebelde... Y á usted, para ser un verdadero triunfador, le ha faltado una mujer que le inspirase entusiasmo. Robledo sonrió á su vez con aire bonachón. Ya es tarde para hablar de esas cosas...

Recordaba con remordimiento aquel breve diálogo en el parque improvisado, durante el cual habló duramente á Robledo. «¡Y por esa mujer pensaba que lleva los hombres á la muerte, he maltratado al mejor de mis amigosLuego, el rostro triste y lloroso de Celinda sucedía en su imaginación á la cara bondadosa de Robledo.

Yo soy todavía pobre continuó Robledo ; pero procuraré terminar mis días como millonario, aunque solo sea para no desilusionar á las gentes convencidas que todo el que va á América debe ganar forzosamente una gran fortuna, dejándola en herencia á sus sobrinos de Europa. Esto le llevó á hablar de los trabajos que estaba realizando en la Patagonia.

Pero ¿y las verdaderas? preguntó, asombrado, Torrebianca . ¿Y las que compraste con el dinero que te enviaron muchas veces de tus propiedades en Rusia? Robledo creyó oportuno intervenir para que no se prolongase este diálogo peligroso. No quieras saber demasiado, y hablemos del presente... Yo pagaré á tus domésticos; yo costearé el viaje de los dos.

Volvió á acordarse Robledo de la expresión de lejanía que había observado en todos los que tienen un pagaré de vencimiento próximo. Pero este recuerdo pasó rápidamente por su memoria. Miró con más atención al banquero, y se dió cuenta de que ya no pensaba en cosas invisibles.

«Gualicho», el terrible demonio de la Pampa expulsado al mismo tiempo que los indígenas, había vuelto á estas tierras que fueron suyas, reconquistándolas. Robledo se acordó de cómo los indios solían combatir á dicho genio del mal apenas iban notando su presencia entre ellos.

Disponen de la voluntad que manda á la imaginación, y la imaginación es un pintor loco que anima con los colores de su paleta el lienzo gris de la realidad. Elena, al hablar así, había aproximado su rostro al de él. Sus ojos parecían querer penetrar en los ojos de Robledo.

Llevaba unos bigotes cortos, y Robledo aparecía con barba en todos sus retratos... Pero de pronto encontró en los ojos de este hombre algo que le pertenecía, por haberlo visto mucho en su juventud. Además, su alta estatura... su sonrisa... su cuerpo vigoroso... ¡Robledo! dijo al fin. Y los dos amigos se abrazaron.

Tal vez había dejado en su país los recuerdos de un amor desgraciado. Muchas noches, el florentino, tendido en la cama de su alojamiento, escuchaba á Robledo, que hacía gemir dulcemente su guitarra, entonando entre dientes canciones amorosas del lejano país. Terminados los estudios, se habían dicho adiós con la esperanza de encontrarse al año siguiente; pero no se vieron más.