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Era la risa de todos tan grande, que toda la gente que por la calle pasaba entraba a ver la fiesta; mas con tanta gracia y donaire recontaba el ciego mis hazañas que, aunque yo estaba tan maltratado y llorando, me parescía que hacía sin justicia en no se las reír.

¿Por qué no me mandaste buscar a , animal? En primer lugar, porque no sabía dónde estabas; después, porque era justo que fuese primero el marido... Juan suelta una risa estridente: Claro, muy justo... ¿y después? Abrió los ojos antes que Martín llegase.

Como no podía enfadarse, Laura se rió de la malicia de su hermana... Y su hermana, tomando esta risa por su aceptación de la apuesta, exclamó triunfante: ¡Aceptas!... ¡Pues ya verás!... Pero tendrás que ayudarme en todo... Yo fingiré novios y coqueterías, ¡y vas a desmentirme!... En cambio yo no me cansaré de hacerte «réclame», insinuando tus condiciones de hacendosa y casera... ¿Estamos?... ¡Pues ya verás!...

Escribir la crónica de sus hazañas, de sus venganzas, de sus manejos, fuera cuento de nunca acabar. Para que nadie piense que sus proezas eran cosa de risa, importa advertir que algunas de las cruces que encontraba el viajante por los senderos, algún techo carbonizado, algún hombre sepultado en presidio para toda su vida, podían dar razón de tan encarnizado antagonismo.

Cuando acababa de surgir entera e imperiosa la brutal decisión entre las continuas fluctuaciones de su carácter débil e irresoluto, oyó voces en el camino, e incorporándose vio venir a Leonora seguida de las dos labriegas con el busto encorvado sobre las pesadas cestas. ¡También aquí! exclamó la artista con una risa que hinchaba su garganta de suaves estremecimientos. Usted es mi sombra.

Entablóse una acalorada disputa. El dialéctico tabernero llevó, como es natural, la mejor parte. Al cabo deshizo, pulverizó á su adversario. Como hubo murmullos de aprobación y risa comprimida, el minero quedó fuertemente desabrido. Martinán, una vez derrotado su adversario, ya no se acordó más de él y se mezcló á otro grupo buscando nuevo contendiente.

Cuídese, gentleman dijo con ansiedad ; desconfíe de todos; piense que pueden echarle veneno en sus alimentos. No coma sin que antes haya probado su comida esa gentuza que le rodea. El gigante acogió con una risa sonora la última recomendación. Era innecesaria.

Diome a gran risa de ver en lo que ponía la soldadesca, y eché de ver que era algún picarón gallina, porque ya entre soldados no hay costumbre más aborrecida de los de más importancia, cuando no de todos. El ermitaño le dijo: -Y ¿dónde dejó V. Md. el saco de Amberes, que ese me parece de las Navas-, y que sería de más abrigo el de Amberes.

El trágico mueve á terror y misericordia; el cómico mueve á risa. El trágico busca casos terroríficos para conseguir su fin; el cómico trata acontecimientos ridículos: ¿cómo queréis concertar estos heráclitos y demócritos? Desterrad, desterrad de vuestro pensamiento la monstruosa tragicomedia, que es imposible en ley del arte haberla.

Lo que él no tiene es gana de verte el pelo. Amparo dejó caer la cabeza sobre el pecho, y su rostro se anubló con expresión tal de desconsuelo y enojo, que Ana la miró compadecida. Si algún día... si pronto... viene la república... la santa federal... ¡así Dios me salve, Ana... lo arrastro! Ana se echó a reír con su delgada risa estridente.