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¡Es para morirse de risa... esto de que me casen con un personaje de mi propia invención! No es sólo para reírse, Coca. También hay que desmentir la noticia, pues que te perjudica... Pero si el novio es un fantasma imaginario... No importa. La gente te creerá comprometida... ¡Hay que desmentir hoy mismo!... ¿Descubriendo que no existe semejante capitán Pérez?... ¡Por favor, Laura!...

Dejé caer el periódico de las manos, y fuí acometido de una risa convulsiva que degeneró en ataque de nervios. ¿De modo que había usted matado á un muerto? Precisamente. POR DON ARMANDO PALACIO VALD

Todos los rasgos de su semblante afeitado y cetrino acusan resolución y osadía; el mentón es vigoroso, la nariz larga parece reír entre dos pómulos muy fuertes, el labio superior se escapa hacia adentro dando á la boca el «rictus» irónico de Voltaire; una larga melena gris cubre sus orejas y su cuello; bajo las cejas despeinadas por los años, los ojos, escépticos y agudos, parecen repetir lo que Schopenhauer escribía á un amigo suyo: «Estos jóvenes vienen á conocerme para poder vanagloriarse, cuando viejos, de haberme visto en carne y hueso y de haberme hablado...» Nada en él, sin embargo, descubre al humorista bilioso; el ademán es copioso y alegre y fácil la risa; sobre aquella cabeza, menos grave que la de Wagner, á quien también se parece, ni el fastidio ni el desengaño hicieron blanco nunca.

¡Qué yo! algún encuentro sentimental; el placer de codearse durante largas horas con el que o la que se ama, el permitirse una libertad de lenguaje que no se podría usar en otra parte. ¡Perverso! se refiere usted a la señora d'Ornay y a Platel... Y la risa musical de María Teresa estalló en un gorjeo, acabando de exasperar a Juan.

¡Bravo! ¡Bravo! gritaron el sastre, el periodista y el mercero, desternillándose de risa. Belarmino comenzó a exaltarse, ignorante ya de quienes le rodeaban. Nosotros estamos suscritos en este cuadrado. Por una cuota de dos pesetas mensuales comentó el mercero. Somos círculos que estamos suscritos en un cuadrado. ¡Ah! Inscritos aclaró el periodista.

Con risa entre idiota y maliciosa, solía decir a veces a la muchacha: Andas metiéndote en cuentos.... Aún han de venir a buscarte los civiles, para te llevar a la cárcel.... Tirias y troyanas

Mas, con grandes risotadas le detuvo la señoril y hambrienta turba, y alcanzándole Leopoldina Pastor por los cortos faldones de la bata, le gritaba muerta de risa: ¿Pero dónde vas, Fernandito?... ¡No te vayas, hombre!... ¡Si para sentir es menester comer!... ¡Si nosotros venimos a ayudarte!...

En honor de los sudamericanos que, cansados de pasear por la cubierta, entraban á oir lo que decían los gringos, los cuentistas vertían al español las gracias y los relatos licenciosos despertados en su memoria por la cerveza abundante. Julio admiraba la risa fácil de que estaban dotados todos estos hombres.

Su carácter experimentó al mismo tiempo una exaltación extraña. Antes, cualquier censura la echaba a risa y no le impresionaba; ahora, la observación más delicada la conmovía fuertemente, le hacía derramar copiosas lágrimas. Su amor propio se había hecho tan nervioso, tan excitable, que el más ligero choque con él sentíalo como una profunda puñalada.

De repente, D. José se levantó de su asiento y salió de estampía, entre la risa y chacota de toda la partida. Maxi quiso salir detrás; pero Refugio le tiró de los faldones y le hizo sentar a su lado: «Déjalo , ¿qué te importa?». Y apareció el tumulto, por la entrada de otros Pepes; y el amo del café, que también era algo José, repartió puros y ron con marrasquino.