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Comprendiendo, sin embargo, con profunda intuición, el sublime destino que el cielo le había designado, cantaba, como los vates y semidioses de la antigüedad, todo lo que se ofrecía a su vista, la paz y la guerra, la democracia y los señoríos, la religión y el libre pensamiento.

Todo lo que es hermoso me gusta y creo en ello como en una obra de Dios. «Creo en Dios y en Beethoven», como dijo su discípulo.... Además, ¿qué religión tiene la grandeza de la música? ¿Conoce usted el último cuarteto que escribió Beethoven?

Oiga la verdad que imprime en estas líneas un oscuro y pobre escritor, que no tiene en el mundo otro caudal, ni otra esperanza, ni otro consuelo, que la religion de su penoso y elevado oficio; oficio que él estima tanto como D. José Salamanca su fausto y sus millones. Oiga una vez la leccion severa de la moral, quien ha recibido tantas veces las caricias aduladoras de la fortuna.

En los libros donde se trata la Moral Christiana es donde hay mas opiniones, debiendo ser donde hubiese menos. Es sumamente perjudicial á la Religion y al Estado el estampar tantas Sumas de Moral llenas de opiniones, y escritas con tan poca cultura, que mas parecen libros para las Barberías que para las Iglesias.

La igualdad que el Cristianismo y la Revolución coinciden en reconocer, está por bajo, o mejor dicho, está antes que toda doctrina religiosa o filosófica: es la igualdad radical y esencial de la naturaleza humana, con los derechos y deberes que de ella nacen y que en ella se fundan, con tal evidencia, que basta el sentido común para que la reconozcamos, si bien importa que la religión la consagre y que las leyes, revolucionarias o no, la sostengan y amparen contra la violencia y la injusticia.

En lo que toca á religión, son finísimos ateistas, no dando culto ni veneración á deidad alguna, si no es que digamos que su Dios es su vientre, porque no entienden de otra cosa, procurando gozar en esta vida todo el buen tiempo que pueden, viviendo como animales.

Cuando ella volvía a hablarle de aburrimiento, del dolor del hastío, de la estupidez del agua cayendo sin cesar, él repetía: «A la iglesia, hija mía, a la iglesia; no a rezar; a estarse allí, a soñar allí, a pensar allí oyendo la música del órgano y de nuestra excelente capilla, oliendo el incienso del altar mayor, sintiendo el calor de los cirios, viendo cuanto allí brilla y se mueve, contemplando las altas bóvedas, los pilares esbeltos, las pinturas suaves y misteriosamente poéticas de los cristales de colores...». Poca gracia le hacía a don Fermín esta retórica a lo Chateaubriand; siempre había creído que recomendar la religión por su hermosura exterior, era ofender la santidad del dogma, pero sabía hacer de tripas corazón y amoldarse a las circunstancias.

Pero no obstante esta mudanza que ahora hicieron, se vieron precisados á retirarse de las cercanías de aquella ciudad por causa del gradísimo daño que suele causar á los recién convertidos á nuestra santa fe el mal ejemplo de los cristianos viejos que han nacido y vivido en ella, los cuales hacen abominable nuestra ley santa con sus escandalosos procederes; y si la profesan con las palabras la niegan con las obras, viviendo más con la libertad de infieles, que arreglados á los dictámenes cristianos de nuestra religión santísima.

Edictos se publican, que viniesen A pedir su justicia todas gentes, Y que en Concilio luego pareciesen Cualesquiera que fuesen delincuentes, De estado eclesiástico, si fuesen, Y tuviesen tambien inconvenientes, De religion dejada, ó dimisoria, A todos se despacha compulsoria.

Los administradores y los curas, no ocupándose mas que de sus intereses particulares, abandonan todos sus derechos de autoridad á estos orgullosos caciques, que no tienen el menor escrúpulo en abusar de ella á su antojo; y como hoy en dia ni la religion, ni las costumbres severas de los Jesuitas ponen freno á sus desarreglos, beben continuamente la chicha de maiz hasta embriagarse, administrando entónces la justicia segun sus caprichos.