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Estos sucesos ocurrian en el palacio de la imperial Toledo, cuando dió á luz la reina Isabel, el 6 de noviembre de 1479, á la princesa Doña Juana de Castilla, muy parecida á su abuela Doña Juana, esposa de D. Juan III de Aragon, segun afirma el autor de las Reinas Católicas.

Rosario, con la notable aptitud que tienen todas las mujeres para hacer el papel de reinas, los iba rechazando con gesto de soberano desdén.

Con estas tales señoras me entierren a , y no las hidalgas que en este pueblo se usan, que piensan que por ser hidalgas no las ha de tocar el viento, y van a la iglesia con tanta fantasía como si fuesen las mesmas reinas, que no parece sino que tienen a deshonra el mirar a una labradora; y veis aquí donde esta buena señora, con ser duquesa, me llama amiga, y me trata como si fuera su igual, que igual la vea yo con el más alto campanario que hay en la Mancha.

La entereza, constancia y resistencia de Echeloría habían de mover a todo esto, y a más, el ánimo generoso de Salomón. ¿Qué le importaba a este gran Rey una mujer más o menos, cuando tenía en su harén setecientas reinas, ochocientas concubinas e infinito número de princesas?

No quiere esto decir que las reinas yerren con más frecuencia que los reyes, los cuales, aunque de origen divino, pocas veces tienen la divina gracia del acierto humano. Sólo quiero establecer que el juego de las influencias dentro de los matrimonios, reales o plebeyos, es siempre el mismo, aunque sus consecuencias, claro está, son muy distintas en trascendencia histórica.

Eran la reina madre Doña Leonor, las reinas de Aragón y Navarra, y la infanta Doña Catalina. Detrás de ellas venía el poeta Bocaccio, ceñida su frente de laurel. Las augustas señoras deploran después sucesivamente la malhadada batalla naval, y Doña Leonor excita á Bocaccio á cantar sus penas, ya que no era posible encontrar asunto más trágico y lúgubre.

El Gentleman-Montaña nos llevará á su país, y las esposas de los gigantes sentirán asombro al verte tan hermosa. Para las reinas de aquellas tierras será una gloria llevarte dormida sobre su pecho, pues no hay joya que pueda compararse en hermosura contigo. ¿Me oyes ... di ... me oyes?

La mujer, pues, á quien ambos conocemos y por la que he procurado tenerte en mis manos, por la que he penetrado aquí, en este lugar que creías tan seguro, y he abierto valiéndome de mis artes, artes acaso del diablo, esos secreteres, y me he apoderado de esas cartas, obteniendo con ellas armas bastante fuertes para rendirte, para hacerte mi esclavo; la mujer, pues, que á tal punto nos ha traído á los dos, no es la reina, aunque muchas veces represente reinas.

Ya había saco de padre, Había barba y cabellera, Un vestido de mujer, Porque entonces no lo eran Sino niños: después de esto, Se usaron otras sin estas De moros y de cristianos Con ropas y tunicelas; Estas empezó Berrio; Luego los demás poetas Metieron figuras graves, Como son reyes y reinas. Fué el autor primero de esto El noble Juan de la Cueva: Hizo del padre tirano, Como sabéis, dos comedias.

Podía tocarse con la mano, parecía que iba á aplastar con la pesadez de su grueso artesonado, todo cubierto de oro, con florones en sus profundos encuadramientos. El hermano explicaba con cierto orgullo el origen de los cuadros y las telas que adornaban las paredes. Eran regalos de princesas y reinas: testimonios de agradecimiento, de las altas conciencias sometidas á la Compañía.