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Suicidio de Isidora Isidora no ponía atención en las cariñosas palabras de D. José. Sintió en su cerebro una impresión extraña, como el rastro aéreo de inmensa caída desde la altura a los más hondos términos que el pensamiento puede concebir. ¡Y qué manera tan rara de ver el mundo y las cosas todas que están debajo del cielo, y aun, si se quiere, el cielo mismo! Cambio general.

Esa mujer no deja el menor rastro de su paso por mi vida. Se lo ha llevado todo... todo.

Habiendo asentido Julita con una docena de inclinaciones de cabeza, el chico comenzó a figurar que la comía los brazos, la cara, el pecho, las piernas, en fin, toda su diminuta persona. La niña se deshacía de gozo al verse devorada de tan gentil manera. ¿Te como más? Claro está. Julita deseaba que la comiese hasta no dejar rastro de ella.

Morsamor triunfante se engreía y deleitaba en la contemplación de su gloria, sólo compartida acaso por Fernando de Magallanes. ¿Habría este logrado o iría pronto a lograr su propósito después de pasar el Estrecho donde encontró Morsamor el rastro y las muestras de su cruel energía? Morsamor se lo preguntaba y no acertaba a responderse. Pero fuera cual fuera la respuesta que diese al cabo el destino, la gloria de Morsamor, aunque compartida, no menguaba.

No hallaron rastro alguno de indios, ni es posible que habiten en esta costa, en donde todo es seco y árido, sin que se pueda hallar gota de agua. Habia en la bahia muchos camarones, que no se habian hallado en otra parte, sino allí y en la bahia de San Julian. Al anochecer, el lúnes 14, salieron con nord-este de la bahia de los Camarones, en demanda del rio del Sauce.

Pasa adelante del punto en que aquél se había separado del camino y pierde el rastro; el tigre se enfurece, remolinea, hasta que divisa la montura, que desgarra de un manotón, esparciendo en el aire sus prendas.

Poldy buscaba en balde por todos los más hondos y olvidados senos de su memoria algún vago recuerdo de aquel conocimiento y trato. No hallaba el menor rastro ni la más ligera huella de haberlos tenido jamás.

Busca en la quieta fuente la armonía del agua que hace santa la enorme soledad; busca en la ondulación de la corriente, que a veces llora y otras veces canta, el hondo arcano de la libertad. No interrogues al astro perdido en el zafir, por tu senda o tu rastro, o lo que ha de venir.

Como Isidora siempre trataba de encontrar armonías entre su estado moral y la Naturaleza, la hermosísima retirada y apagamiento del día no eran extraños al occidente que había en su alma. Los destellos de oro fundido iban palideciendo poco a poco, o se hundían dejando tras un rastro pálido y verdoso.

Pero allá Dios le daba a entender, con guiñapos del Rastro y otros arreglados por ella, conseguía vestirle a su placer, y se recreaba en él; mirábase en aquel espejo que era su vida y sus amores; se henchía de satisfacción oyendo los encomios que del muchacho hacían las vecinas.