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Lo que hice fue ponerme en salvo como los demás por lo que pudiera tronar. Mira, mira, querida esposa dijo Santa Cruz, mostrando a su mujer el chaleco, que se quitó apenas puesto . Mira cómo cuelga ese último botón de abajo. Hazme el favor de pegárselo o decirle a Rafaela que se lo pegue, o en último caso llamar al coronel Iglesias. Venga acá dijo Jacinta con mal humor, saliendo otra vez.

Rafaela, en verdad, hacía involuntariamente que las deseara el Vizconde, porque estaba más guapa y más interesante que nunca. Hechas en lo interior de su espíritu todas estas consideraciones y forjando mil propósitos vagos, el Vizconde, después de preguntar a Rafaela las señas de su casa, insinuó la pretensión de no ir sólo a dejarle tarjeta, sino de hallar a Rafaela y de ser recibido.

De las coqueterías de Rafaela no había nadie que no tuviese certidumbre; pero, si estas coqueterías no pasaban de cierto límite, más que ofender a D. Joaquín lisonjeaban su amor propio. Lo que es él, estaba convencido o se empeñaba en estar convencido de la fidelidad de Rafaela.

Nadie hubiera podido declarar con fundamento que la partida de Juan Maury había modificado el ser de Rafaela. Su amistad hacia el Vizconde siguió tan fina y tan estrecha como en el coloquio, pero sin que el coloquio se repitiese. Ella seguía hablando con el Vizconde, si bien delante de todos y sin dar que sospechar. Su conversación amistosa la consolaba y la deleitaba.

Después de platicar un rato con Severiana en la salita de esta, salieron escoltadas por diferentes cuerpos y secciones de la granujería de los dos patios. A Juanín, por más que Jacinta y Rafaela se desojaban buscándole, no le vieron por ninguna parte.

A pesar de lo dicho, se justifica el que yo llame Don al Sr. de Figueredo, porque, como al fin se casó con Rafaela que era española, y esta dio en llamarle mi D. Joaquín, todos los amigos y conocidos, y llegó a tener enjambres de ellos, aunque le suprimieron el mi, le dejaron el Don, y él acabó por ser universalmente donificado. Pero no adelantemos los sucesos.

Fue menester que Rafaela se retirase a su casa a media función, sin contribuir al triunfo de la famosa cantarina y sin presenciarle. Sólo el vizconde, testigo de aquella escena, pudo comprender sus causas y explicar su significado. Don Joaquín no volvió a servirse del bastón, porque Rafaela le dijo que el verle le hacía daño. En efecto; Rafaela era una criatura muy singular.

Mientras mejor dotado de brillantes cualidades entendía Rafaela que estaba un sujeto, y mientras mayores simpatías le inspiraba, mayor y más vehemente era en ella el deseo de corregir sus faltas, haciendo de él un dechado de perfección, hasta donde la perfección es dable a nuestra decaída humana naturaleza.

En suma, el Vizconde pudo hablar con Rafaela en medio de aquel bullicio, como si estuviesen ambos a solas. Aunque pequemos de entrometidos, acerquémonos al sofá del boudoir en que ambos están sentados y oigamos algo de lo que dicen. Sin duda habían hablado ya de muchas cosas, cuando Rafaela prosiguió diciendo: Ahora soy independiente y libre como el aire.

Su contento era tal que parecía que le iba a dar una pataleta, y estaba tan inquieto, que a Jacinta le costó trabajo colgarle el tambor. Cogidos los palillos uno en cada mano, empezó a dar porrazos sobre el parche, corriendo por aquellos muladares, envidiado de los demás, y sin ocuparse de otra cosa que de meter toda la bulla posible. Jacinta y Rafaela subieron.