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Antes de desaparecer por uno de los escotillones, todavía retrocedió Flimnap hacia el gigante para decirle en voz baja: Si vienen á buscar á Ra-Ra, no se empeñe en defenderlo; sería peor para él y para usted. Déjelo abandonado á su suerte. Nosotros sólo debemos pensar en nuestro porvenir. Yo siempre he creído que un amor que no es egoísta no merece el nombre de amor.

Entre ellos eran tenidos como peores los de un grupo procedente de Blefuscú, fácilmente reconocibles por sus luengas cabelleras y sus bigotes, que pendían con no menos abundancia por ambos lados de sus bocas. Oyendo á estos hombres era como los amigos de Ra-Ra habían sospechado que se tramaba algo contra el coloso.

Gillespie siguió contando el encuentro de Ra-Ra y Popito sobre su mesa en la tarde anterior, y cómo, extendiendo uno de sus brazos, creó un refugio para que los dos amantes se hablasen entre caricias.

Ra-Ra, cediendo á sus hábitos de propagandista, se puso de pie sobre la mano del gigante para hablar con un ardor de tribuno. Queremos la libertad; queremos una vida interesante; la embriaguez del peligro; en una palabra, la gloria. Deseo ser justo con mis enemigos y reconozco como verdad todo lo dicho por el profesor.

Los transeuntes y los vehículos que se habían quedado en la ciudad huían delante de estas cargas, y más aún de los inmensos pies, que con un simple roce se llevaban detrás de ellos la parte baja de una esquina. Ra-Ra creyó estar gozando anticipadamente una parte del triunfo con que soñaba á todas horas.

El gigante asintió con un movimiento de cabeza, mientras Popito continuaba su relato. La insurrección había tenido que retrasarse un día, hasta que, al fin, en la mañana anterior, Ra-Ra, con unos cuantos miles de esclavos y llevando como oficiales á muchos jóvenes de los clubs «varonistas», se lanzó al asalto de la Universidad para apoderarse de las armas depositadas en el Museo Histórico.

Inclinó su rostro para verle mejor, y notó que abría sus velos y erguía la cabeza, queriendo hablarle y temiendo al mismo tiempo que pudieran oir su voz los grupos inmediatos. Gillespie creyó adivinar la personalidad del recién llegado. Debe ser Ra-Ra se dijo. Pero la turbia luz del crepúsculo no le permitía reconocerlo.

La suposición de esta ausencia impresionaba de tal modo á Ra-Ra, que para consolarse volvió á repetir sus abrazos y sus besos. ¡Oh, Popito! murmuró con una voz de éxtasis. Gillespie consideró prudente apartar su mirada de ellos para volverla hacia el imponente cortejo que había venido á visitarle. Miss Margaret se llama ahora Popito se dijo mentalmente . ¡Qué nombre extravagante!

Abrió los ojos y volvió á cerrarlos repetidas veces después de mirar á Ra-Ra y al gigante. ¡Oh, miss Margaret! suplicó Edwin . No se muera. ¿Qué haré yo en el mundo si usted me abandona?... Y el pobre coloso tenía en su voz el mismo tono desesperado del pigmeo Ra-Ra.

Era igual á las mujeres descritas por el doctor Flimnap que vivían en las épocas anteriores á la Verdadera Revolución. Ra-Ra contaba las últimas aventuras de su existencia errante y sus trabajos para destruir el despotismo femenino. Creía en un triunfo próximo con la fe de los visionarios, que siempre colocan la victoria de sus ideales dentro de breve plazo.