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-No, señor -respondió Sancho-, pero decir que ninguno pasaba de los cuernos de la luna. No quisieron preguntarle más de su viaje, porque les pareció que llevaba Sancho hilo de pasearse por todos los cielos, y dar nuevas de cuanto allá pasaba, sin haberse movido del jardín.

Entró diciendo en alta voz que a él no le engañaba nadie, que allí había habido una huelguecita y que él deseaba beber una copa de champagne a la salud de la reunión. Todas las manos quisieron llamar para que se le sirviese y en todos los rostros brilló una sonrisa benévola.

8 Y no ser como sus padres, generación contumaz y rebelde; generación que no compuso su corazón, ni su espíritu fue fiel con Dios. 10 No guardaron el pacto de Dios, ni quisieron andar en su ley; 11 antes se olvidaron de sus obras, y de sus maravillas que les había mostrado. 12 Delante de sus padres hizo maravillas en la tierra de Egipto, en el campo de Zoán.

Quisieron tras esto darme de pescozones pero no había dónde sin llevarse en las manos la mitad del afeite de mi negra capa, ya blanca por mis pecados. Dejáronme, y iba hecho zufaina de viejo a pura saliva.

"Eran unos borrachos que quisieron hacerle daño; pero pasé yo felizmente... No se asuste usted: no tiene nada." Elías pareció un poco repuesto; apartó con despego á la joven, y su semblante principió á serenarse. "¡Ay! qué miedo he tenido esta noche dijo la joven. Esperándole hora tras hora y sin parecer.... Luego esos alborotos en la calle.... A media noche pasaron por ahí unos hombres gritando.

Como sucede siempre, quisieron imitarle; mas sus imitadores sufrieron fracasos lamentables. Uno de ellos, un viejo escribiente que contaba veintiocho años de servicio y sostenía una numerosa familia, declaró de repente que sabía ladrar como un perro, y no tuvo ningún éxito.

En vano clamó el ciego largo rato pidiendo favor al cielo; en vano repitió el dulce nombre de María un sinnúmero de veces, acomodándolo a los diversos tonos de la melodía. El cielo y la Virgen estaban lejos, al parecer, y no le oyeron; los vecinos de la plaza estaban cerca, pero no quisieron oírle.

Dieron fondo en seis brazas, y todavia bajó algo la marea, de suerte que llegó esta por todo á bajar seis brazas y media. A media noche quisieron salir con la marea llena, pero no pudieron, por alcanzarles la menguante antes de suspender el ancla, y ser peligrosa la salida en la oscuridad de la noche. La marea comenzó á bajar á las once y media del dia.

El padre se murió sin ver carta de su hijo mayor, entre un sacerdote que le exhortaba y el pobre ciego que le apretaba convulso la mano, como si tratase de retenerle a la fuerza en este mundo. Cuando quisieron sacar el cadáver de casa sostuvo una lucha frenética, espantosa, con los empleados fúnebres. Al fin se quedó solo; pero ¡qué soledad la suya!

Finalmente, luego que se hubieron enterado de todo lo que quisieron, despidiéronse de él muy cortésmente, dándole muchas veces las gracias por su amabilidad y procurando animarle con buenas razones. Al día siguiente aparecía en El Porvenir de Lancia, firmado por el abogado criminalista, un artículo con el título de Una visita al P. Gil.