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No quisieron cansarse en sacarle del error en que estaba, pareciéndoles que, pues no le dañaba nada la conciencia, mejor era dejarle en él, y a ellos les sería de más gusto oír sus necedades.

A la caída de la tarde del día siguiente, Nuño y Juan Moreno Güeto volvieron al castillo, pero volvieron solos. Del mancebo nada se supo después. Nuño y Juan Moreno Güeto no quisieron satisfacer nunca la curiosidad de la gente de la guarnición diciendo dónde le habían dejado.

De modo que cuando se supo que Keleffy venía, y no como un artista que se exhibe sino como un hombre que padece, determinó la sociedad elegante recibirle con una hermosísima fiesta, que quisieron fuese como la más bella que se hubiera visto en la ciudad, ya porque del talento de Keleffy se decían maravillas, ya porque esta buena ciudad de nuestro cuento no quería ser menos que otras de América, donde el pianista había sido ruidosamente agasajado.

Mas digo os, que ya vino Elias, y no lo conocieron: antes hizieron en el todo lo que quišieron. Anši tambië el Hijo del hombre padecerá deellos. Lod Dišcipulos entonces entendieron que les dezia de Ioan Baptišta. Y como ellos llegaron

Quemó aquí un navio el Luterano De los tres que traia, y á gran priesa Se leva á la mañana muy temprano, Y á Paita sin parar presto atraviesa. Al Piloto echa en tierra de su mano, A los de Paita enviando su promesa De seguro, mas ellos no quisieron Concierto, sino al monte se huyeron.

Ejecutóse en los vencidos el rigor acostumbrado, y recogido á los navios y galeras lo mas lucido y rico de la presa, entregaron á la violencia del fuego los edificios; porque hasta las cosas insensibles y mudas quisieron que fuesen testigos y memoria de su venganza.

Hasta el alcalde y los miembros de la Junta que quisieron ver a sus mujeres y a sus hijos vestidas como las grandes de España, fueron atacadas por la peste. En fin, perecieron gran número de personas en Cádiz y en sus alrededores, porque los meses de julio y de agosto fueron muy calurosos, y la fiebre amarilla complicó la peste.

En tiempos muy remotos quisieron los tablanqueses sustituir con otra nueva y «de mejor ver» aquella misma Virgen que les parecía muy antigua, tanto que no se conocía su origen «en memoria de hombre». Acordada la sustitución, adquirieron la imagen que deseaban y la colocaron en el altarcillo después de retirar de él la antigua, a la cual enterraron con gran solemnidad, no sabiendo qué hacer de ella ni cómo honrarla mejor.

En resolución, todos pasamos con los franceses, los cuales, después de haberse informado de todo aquello que de nosotros saber quisieron, como si fueran nuestros capitales enemigos, nos despojaron de todo cuanto teníamos, y a Zoraida le quitaron hasta los carcajes que traía en los pies.

Dos de ellas estaban a la puerta en camisa, las otras dos asomadas a las ventanas en el mismo traje. Las de la puerta quisieron retirarse a la vista del alcalde, pero éste las agarró con sus manazas. ¿Qué escándalo es éste,...ajo? repitió. Señor alcalde, nos han dado dos piezas falsas... dijo una de ellas. No estáis vosotras malas piezas... ¡A la cárcel! ¡Pero, señor alcalde!