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La cabeza de Marcos Divès, con su ancho sombrero de fieltro, rígido por el frío, se inclinó en la sombra. ¿Qué hay, Marcos? ¿Qué noticias? ¿Has avisado a los de la sierra, a Materne, a Jerónimo, a Labarbe? , a todos. Pues no hay tiempo que perder; el enemigo ha pasado. ¿Ha pasado? ..., en toda la línea... He recorrido quince leguas por la nieve, desde esta mañana, para decírtelo. ¡Bien!

A quince varas de distancia, sobre el agua, veía su rizada cabeza. Nadaba rápidamente, y sin esfuerzo, al paso que yo, cansado y resentido de mi herida, no podría alcanzarle. Nadé algún tiempo en silencio, pero al verle doblar el ángulo del castillo, le grité: ¡Alto, Ruperto! Dirigió una mirada atrás, pero siguió nadando.

Absorta por mis quebrantos, permanecí quince días sin darle señales de vida; después, cediendo a sus instancias, comencé a expedirle misivas por el estilo de ésta: «Señor Cura: Acabo de descubrir que los hombres son estúpidos. ¿No os parece así? Y echando al diablo las conveniencias sociales, os abrazo».

Una mancha negra aparece en el cielo, semejante al ala de un buitre: dicha ala se desparrama, se ensancha desmesuradamente: luego, desaparece todo, todo da vueltas. Es asunto de quince minutos. La tierra queda devastada, el mar trastornado; de la embarcación, ni trazas. La Naturaleza no vuelve á recordar lo que por ella ha pasado.

Seguían en tanto su derrota el navío francés y el español, y Candido en sus conversaciones con Martin. Quince dias sin parar disputáron, y tan adelantados estaban el último como el primero; pero hablaban, se comunicaban sus ideas, y se consolaban. Candido pasando la mano por el lomo á su carnero le decía: Una vez que te he hallado á , tambien podié hallar á Cunegunda.

Lord Gray también fue al Condado, y se contaban de él maravillas; pero a su regreso desapareció su persona de todos los sitios públicos, y aun hubo quien le creyese muerto. Fui a su casa y el criado me dijo: Milord está vivo y sano, aunque no del juicio. Estuvo encerrado quince días sin querer ver a nadie.

Después de una larga travesía de quince días, avistamos las pintorescas costas de la Guadalupe y el vapor arroja el ancla en la bahía de la Pointe-

¡Está muerto! tal fue el grito que exhaló unánime el brillante grupo que rodeaba al desventurado joven, y que de boca en boca subió hasta las últimas gradas, cerniéndose sobre la plaza a manera de fúnebre bandera. Transcurrieron quince días después de aquella funesta corrida.

En un canapé de paja y sentada entre la chimenea y la alcoba, hay una mujer que parece joven a pesar de sus treinta y cinco años cumplidos. Aún conserva su talle la esbeltez de la niña de quince años, y sus ojos negros, la vivacidad y expresión de tiempos pasados.

En este bosque hay un gigante de veinte pies de alto, que se almuerza un buey entero, y cuando tiene sed al mediodía se bebe un melonar. Figúrate qué hermoso criado no hará ese gigante con un sombrero de tres picos, una casaca galoneada, con charreteras de oro, y una alabarda de quince pies. Ese es el regalo que te pide mi hija antes de decidirse a casarse contigo.