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Quédate conmigo, monaguillo insigne, que quiero con parte de estos regalillos pagar la buena gracia con que me acoges y hospedas toda noche en tu encogido aposento, librándome así del frío que derrama el zaguán de la iglesia o las plagas que derrama y llueve el mesón único que permite gallardamente el señor duque a estos infelices vasallos.

Yo no tengo a nadie en el mundo más que a la señora, y sus hijos son mis hijos, pues como a tales les quiero...». Otra vez Benina al servicio de Doña Francisca Juárez, como criada única y para todo, pues la familia había dado un bajón tremendo en aquel año, siendo tan notorias las señales de ruina, que la criada no podía verlas sin sentir aflicción profunda.

¡Cuánto dilata el día!, porque mañana quiero galopar diez cuadras sobre un campo sembrado de cadáveres. Tal como lo hemos pintado era en 1825 la fisonomía política de la República cuando el Gobierno de Buenos Aires invitó a las provincias a reunirse en un congreso para darse una forma de gobierno general.

Y siendo como él quiere, soy como yo quiero, y cuanto más le gusto más me gusto. Y así el esquife de nuestro amor marcha por el piélago de la vida, seguro de que nunca zozobrará... EL NO DE LAS NI

El buen comandante me levantó la cara, roja de confusión, y me contestó sencillamente: Está bien, le aconsejaré, que vaya a Laponia. ¡Cuánto os quiero! exclamé con los ojos llenos de lágrimas y estrechándole la mano. Decidle que no permanezca mucho tiempo en las chozas de esas gentes; no sea cosa que enferme. Dicen que apestan. Mi tío llegaba.

A estas expresiones de ternura, mezcladas de burla cariñosa, la monja no contestaba ni siquiera con una mirada. Y la otra seguía: «¡Ay, mi galapaguito de mi alma, qué enfadadito está conmigo, que le quiero tanto!... Sor Marcela, una palabrita, nada más que una palabrita. Yo no quiero que me saques de aquí, porque me merezco la encerrona. Pero ¡ay niñita mía, si vieras qué mala me he puesto!

Me precio de pobre de espíritu y no quiero gravar mi alma con tal pecado.

Por el camino hablaremos; quiero que V. conozca bien a esa mujer, psicológicamente, como dicen los pedantes de ahora; es una gran mujer, un ángel de bondad como le tengo dicho; un ángel que no merece un feo. Pero, si no hubo feo.... Yo le explicaré a V.... Yo no sabía.... Y hablaban en voz baja, porque ya iban andando por la nave Sur de la catedral, dirigiéndose a la puerta.

Unas decían: «Esperadme ocho días más, porque si bien nuestro asunto está terminado, no quiero marcharme sin hacer una pequeña contrata de pinos, pues desde aquí oigo los gritos de la casa de los Cigarrales pidiéndome que la ensanche». Más adelante escribía: «Con estos malditos temporales no hay carricoche que se atreva con las Siete Revueltas», y una semana después se disculpaba así: «Un excelente amigo, que vive en la misma posada, ha caído en cama con tan fuerte pulmonía que no me es posible abandonarle en este solitario pueblo.

Sin embargo, cuando ya me iba, me llamó y murmuró: Te quiero mucho, hermanita. La noche de ese mismo día noté en cierto momento que parecía sonreírse interiormente. Papá también lo notó, porque aquello no era usual, y, tomándole la cabeza con las manos, le dijo: ¿Qué te ha ocurrido, Martita? ¡Estás hoy fresca como una flor!