United States or Egypt ? Vote for the TOP Country of the Week !


El alcalde, con todos los del ayuntamiento, aguardaba a la puerta de la casa de la ciudad. Habían llegado corriendo, seguidos de alguaciles y gente de la ronda, para hacer frente al motín. ¿Qué voleu? preguntaba el alcalde a la muchedumbre. ¡Qué había de querer!

Comprendió que le vendría muy bien en aquel caso un recuerdo histórico, y volvió a fruncir el ceño. Esto era difícil en extremo y su cerebro no tenía capacidad para contener un suceso histórico. Equivalía a querer meter, no ya una moneda, sino un camello dentro de la hucha. Pensó mucho y se rascó la frente.

Quería ser reina Masicas:«¿No ves que para reina he nacido yo? ¿No ves, Loppi mío, que mismo me das siempre la razón, aunque eres más terco que una mula? Ya no puedo esperar, Loppi. Dile a la maga que quiero ser reinaLoppi no quería ser rey. Almorzaba bien, comía mejor; ¿a qué los trabajos de mandar a los hombres? Pero cuando Masicas decía a querer, no había más remedio que ir al charco.

Así y todo, don Rosendo estuvo cinco o seis años sin casarse ni querer oir hablar de matrimonio; pero visitándola en su casa y asistiéndola con dinero. Hasta que al fin, vencido más por el amor del hijo que el de la madre, y, más que por todo esto, por las amonestaciones de sus amigos, se decidió a entregar su mano a Paulina.

Sin querer, sin apercibirme, repito á mi mujer varios letreros que me acuden á la memoria, y sin querer tambien aquel recuerdo me entristece. Esta tristeza que experimento tiene una historia que seria muy larga de contar; muy larga y muy penosa. ¡Cuántas ilusiones nos forjamos! ¡Y qué caras nos cuestan algunas ilusiones! ¡Qué triste es á veces ver la realidad! ¡Ay!

Ni para que me lo digas ni para que yo lo discuta te he pedido yo y me has concedido la cita. Yo no soy un personaje ridículo y no tienes derecho para querer hacerme objeto de una necia burla. Yo estaba exasperada, señor don Andrés, y si alguna falta hubo en , harta disculpa tiene. Por mi humilde cuna, por mi baja condición social, todos me despreciaban, incluso vuecencia.

Afirman muchos que basta con que sean decentes, sin procurar fuera de ellas fin alguno, y sin enseñar nada: pero es lo cierto, que la creación de la belleza, y su contemplación, una vez creada, elevan el alma de los hombres y los mejora, por donde casi siempre las bellas artes enseñan sin querer, y tienen eficacia para convertir en buenas y hasta en excelentes las almas que por su rudeza y por los fines vulgares a que antes se habían consagrado eran menos que medianas, ya que no malas.

Y se calló, ocultando su cabeza entre las manos; porque su corazón latía con tal fuerza, que parecía querer saltársele del pecho. Después, reponiéndose, y hablando de prisa, como si hubiera querido escapar a un recuerdo que la oprimía: ¡Qué brillante está el sol! ¡Jesús! ¡qué hermoso matiz de púrpura con reflejos de oro! ¡qué tornasolado tan magnífico y tan raro!

No, tu sinceridad no te permite negarlo. ¡Ah! ¡Si se pudiese querer o no, a voluntad! pero harto te dice la conciencia que, hagas lo que hagas, yo estaré contigo siempre... siempre. Mira: por lo mismo que te horroriza... por lo mismo sucederá.

Las jornadas se sucedian lentamente por las frecuentes paradas que hacian mis remeros, los que á pesar del ascendiente que yo habia llegado á tomar sobre ellos, saltaban muchas veces á tierra, sin querer obedecerme, para perseguir por entre los bosques, ya las bandadas de pavas del monte, ya los javalíes, ya una tropa de grandes marimonos, que agenos de conocer el daño parecian salir á nuestro encuentro brincando alegremente por sobre los árboles, hasta que una tardía y dolorosa esperiencia les enseñaba á desconfiar del hombre.