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Zurbelcha seguía inclinado sobre su remo y la lancha avanzaba hacia el puerto. Quedaba otra dificultud: el pasar la barra. Recalde, Zelayeta y yo llegamos a la punta del muelle en este momento. El atalayero, desde las rocas, fué dando instrucciones con la bocina a Zurbelcha, y la lancha pasó sin dificultad. Poco después los náufragos estaban en tierra firme.

Con el tecnicismo severo de las cláusulas testamentarias, la señora de Rucanto quedaba sometida al cargo de administradora de la media fortuna del caballero hasta la hora acordada por aquél, y sólo a título de amparadora de la niña.

En Vetusta no le quedaba más que su palacio que habitaban, sin pagar renta, las solteronas.

Pero el oficial comía con frecuencia fuera de casa; entonces la mesa redonda languidecía, quedaba sumida en un letargo triste y silencioso; se oía el ruido de los platos y el de las mandíbulas; el mayor del Consejo de Estado era el encargado de animar la escena, y lo hacía llamando la atención del Marqués, que comía abstraído, y dándole siempre la misma broma: el diplomático había prestado cinco duros a un tunante llamado Laguna, que vivía del juego y la estafa, y como es natural, no había vuelto a echarle la vista encima.

El cochero quitó la manta á los caballos, les puso las riendas y enseguida montó en el pescante, un poco aturdido por la oscuridad y por el vino. Empezaba á quedarse dormido, cuando se abrió la puertecilla y una señora muy tapada y que hablaba con alguien que se quedaba en el jardín, abrió vivamente la portezuela del coche y montó.

Si por acaso estaba en la mesa el gordo Arnaiz, se permitía algunas cuchufletas de buen género sobre aquellos antiquísimos estilos de santidad, consistentes en no comer. «Lo que entra por la boca no daña al alma. Lo ha dicho San Francisco de Sales nada menos». La de Pacheco, que tenía buenas despachaderas, no se quedaba callada, y respondía con donaire a todas las bromas sin enojarse nunca.

En 1826 Bolívar pedía aún una coalición americana contra el Brasil, más aún, la ofrecía... con tal que se le diera el mando supremo. San Martín quedaba silencioso en Boulogne. Insaciable el uno, por temperamento, por vibración intelectual, por el correr violento de la sangre; frío, sereno, reposado el otro, por la glacial y predominante fuerza de la razón.

El señorito mostrábase arrepentido de su pasado, y la gente, al transcurrir algunos meses, había olvidado por completo el escándalo del cortijo. Luis mostraba gran predilección por la vida en Marchamalo. Algunas veces le sorprendía la noche y se quedaba a dormir en la torre de los Dupont. Estoy allí como un patriarca decía a sus amigos de Jerez.

Un buen rato se estuvieron los lidiadores entre barreras, celebrando consulta, hasta que al fin, estimulados por los amigos de los tendidos, que no cesaban de perseguirles con gritos y pullas, y por el poquillo de vergüenza que todavía les quedaba, después de la salida del toro, se decidieron a entrar de nuevo en el redondel.

¡Querría servir con Usía en la policía! ¿Conoce bien la ciudad? No, señor. ¡Bueno!... ¡Ya se hará a la cancha! ... Vea, no tengo sino puestos de vigilante; pero aquí, con buena conducta, se asciende pronto. Está bien, señor. Y diez minutos después recibía mi ropa en la mayoría , y quedaba como vigilante en la guardia del Departamento. El principio de mi carrera fue penoso y mortificante.