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Debió existir en aquellos siglos una competencia terrible de boato y esplendor entre las damas, pues Plinio, literato oficial de Trajano, pero austero y solemne moralista, a pesar de su adulación forzosa al gran emperador, dice en un pasaje de sus «Cartas»: «Supuesto que los hombres han mirado siempre como una obligación, dictada por la misma Naturaleza, el complacer a las damas, amarlas y servirlas, se han visto también precisados a sufrir algunos excesos en que les ha hecho caer su natural propensión a adornarse y a emplear en su servicio las mayores preciosidades de la Naturaleza»: Alude Plinio en estas palabras inmortales a las perlas que las señoras romanas usaban como castañuelas.

Eran amigos, y quería saber por ellos lo que hablaban en los ranchos de la reunión del día siguiente. Al quedar solos los dos hermanos, cruzaron sus miradas en medio de un silencio embarazoso. Tengo que hablarte, Mariquita dijo al fin el muchacho con resolución. Pues empieza cuando quieras, Fermín contestó ella con acento tranquilo. Ya adiviné al verte que por algo venías. No: aquí no.

Así, pues, ¡huid!... ¡huid!... no habrá cuartel para vosotros. ¡Muera Punto el traidor, muera! y todos los cuchillos salieron de sus vainas.

-Verdad dice esta doncella -dijo el cura-, y será bien quitarle a nuestro amigo este tropiezo y ocasión delante. Y, pues comenzamos por La Diana de Montemayor, soy de parecer que no se queme, sino que se le quite todo aquello que trata de la sabia Felicia y de la agua encantada, y casi todos los versos mayores, y quédesele en hora buena la prosa, y la honra de ser primero en semejantes libros.

En el momento de partir el tren Clara se abrazó a ella. ¡Que Dios te proteja! Hasta pasado mañana. ¡Hasta nunca, quizá! murmuró Elena sepultándose en su berlina. Se detuvo en Zumárraga toda la mañana, pues el tren no partía para Anzuola hasta las tres de la tarde. Pasó aquellas horas en el abatimiento y la indecisión.

Pues tampoco a Maxi le quiero ver... No sabe usted lo mal que me sienta verle y hablar con él... Me trastorna. No les deje usted pasar. Que se vayan a los infiernos. ¡Estoy tan tranquila aquí solita con mi hijo, y los amigos que me protegen...! ¡Que no venga, por Dios! ¿Usted me promete que no vendrán? Lo pedía con terror suplicante.

Lo mesmo que endenantes, ¿lo ves?...; hasta diez que han de ser ... ¡si cuando yo digo una cosa! ¡Mal rayo te parta! ¿Pues no te he dicho que había que desquitar treinta riales que debías en la taberna? . Pus esos treinta que te faltan hasta los doscientos, son los que te dieron de menos.

Nuestras ideas se hallan en este caso, pues ni se identifican con los objetos ni los causan. Nos es imposible saber si á mas de esa fuerza representativa que experimentamos en nuestras ideas, existen substancias finitas capaces de representar cosas distintas de ellas y no causadas por ellas.

Quiero encarar frente á frente mi destino para quitarle sus trazas de espectro; quiero también abrir mi corazón, donde desborda el pesar, al único confidente cuya piedad no puede ofenderme, á ese pálido y único amigo que me contempla... á mi espejo. Quiero, pues, escribir mis pensamientos y mi vida, no con una exactitud cotidiana y pueril, pero sin omisión seria, y sobre todo sin mentira.

4 Hizo, [pues], lo malo en ojos del SE