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¡Pobre doña Pepa!... Ferragut sintió deseos de reír y de llorar al recibir un beso de su boca arrugada, cuyo vello se había convertido en púas. Fué un beso de beldad vieja que se recuerda al contacto de un buen mozo; un beso de mujer infecunda que acaricia al hijo que pudo tener. ¡El infeliz Carmelo!... Ya no escribe; ya no lee... ¡Ay! ¿qué será de ?...

La orgullosa dama se contentó con decir, sin mirarle: "Hola, Rafael", y se dirigió rápidamente a la escalinata. ¿Cómo está papá? preguntó al criado que halló en el recibimiento. Tan aturdido quedó que no pudo responderle inmediatamente. ¡Vamos, hombre! repitió con impaciencia . ¿Qué tal papá? ¿Está en las oficinas o en sus habitaciones?

Al mismo tiempo pudo estudiar, a través de las confesiones y de las reticencias del anciano, el carácter singular de la señora Chermidy. La autoridad de un espíritu sano es muy eficaz sobre un cerebro enfermo.

A su lado, míster Robert, inmóvil como él, contemplaba la pizarra con ira mal reprimida... Un corredor, ciego de furor, dió un palo sobre el encerado, y como si esto hubiera sido la chispa del incendio, míster Robert se abalanzó a la pizarra, de un salto prodigioso, y quiso arrancarla; quiso y no pudo, y entonces, con enérgico ademán, borró las cifras malditas.

Los Turcos entonces practicaban poco el ser marineros, porque como tenian aun provincias que ganar en tierra firme No cuidaban de las que estaban de la otra parte del mar, y así no pudo tener Calel esperanza en los navios de los de su nacion. El estrecho de Cristopol era imposible atravesarle, por la muralla que en el se habia levantado despues que los nuestros la pasaron.

Febrer llegó a casa de «la Papisa»: un zaguán semejante al suyo, aunque más cuidado, más limpio, sin hierbas en el pavimento, sin grietas ni desconchaduras en las paredes, con una pulcritud monacal. Arriba le abrió la puerta una criadita pálida, vestida con el hábito azul de una cofradía y cordón blanco. Esta muchacha no pudo reprimir un gesto de sorpresa al reconocer a Jaime.

No pudo contestar; tal fué su emoción. Clementina estaba triste, inquieta. Pero no lo hallaba. Era forzoso resignarse a dejar transcurrir un rato. Los minutos le parecían siglos. Había charlado unos momentos con la marquesa de Alcudia, mas ésta la había dejado en cuanto entró el padre Ortega.

Y no es que intente echarle en cara el no haberme ayudado. ¡Ave María! Usted no pagó su parte porque no pudo... pero yo me voy. Meteré los libros en cualquier sitio: me los guardará ese señor sacerdote que usted ha visto algunas veces. Viviré con el pobrecito zapatero; él y su familia desean tenerme con ellos; cuidarme un poco, que bien lo necesito.

Era un temperamento muy nervioso el suyo; no cabía en él la indiferencia: o amaba o aborrecía. Por eso, pasada la sorpresa, sin buscar la razón de tal antipatía, trocose presto su amor en odio. Y a los pocos días la brigadiera Ángela, si quiso, pudo observar que los ojos de Miguel no expresaban ninguna clase de adoración.

Vean el ejemplo de las grandes naciones modernas: cuando les estorba su paso un pueblo refractario, lo suprimen... Inglaterra, con su virtud protestante y su lagrimeo bíblico, ha borrado del planeta razas enteras. España no pudo hacerlo. Tenía que poblar un hemisferio, le faltaba gente para tanta extensión, y hubo de transigir con los naturales.