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¡Usted lo sabe, usted lo sabe! exclamó la joven rebosando alegría. No más sino que te caes de boba. Eres más sosa que la capilla protestante. Mi madre declaró Isidora poniéndose la mano en el corazón, para comprimir, sin duda, un movimiento afectuoso demasiado vivo , mi madre... fue hija de una marquesa».

La mesonera llamó al señor cura, y cuando éste llegó la enferma había perdido el conocimiento. Vino el médico del pueblo y declaró que ya era tarde, ¡que la agonía estaba próxima! No vivirá una hora... dijo. Padre, ¡póngale los óleos! Esta criatura no debe estar aquí... respondió el sacerdote, poniéndose la estola ¡que la lleven a mi casa! Yo no quería separarme de allí.

Doña Clara, que si bien más moza que Lucía, era más reflexiva y grave, sintió que su amiga hubiese confiado á su tío aquel secreto, y no pudo reprimir las muestras de su disgusto, frunciendo el entrecejo, poniéndose más seria y tiñéndose al mismo tiempo de grana sus mejillas con la vergüenza y el enojo.

Salió la trapera del cuarto para volverse á la cocina, y en el comedor se encontró al amo que, sentado junto á la mesa y de bruces en ella, parecía entregarse á profundas meditaciones. Yo no entiendo lo que dice... pero á cuenta que dirá que debemos ser buenos.... ¡Sabe más ese ángel!... Como que por eso Dios no nos le quiere dejar.... ¿Qué sabes , tía Roma? dijo Torquemada poniéndose lívido.

Somos todo el uno para el otro replicó Fabrice poniéndose de pie. Clavó sobre él una mirada inquisitiva, y volviéndose a la niña: ¿Quieres mucho a tu papá? le dijo. La niña, cortada por la presencia de su enemiga, respondió con un sencillo gesto poniéndose la mano sobre el corazón. ¡Monísima!... dame un beso... ¿Quieres?

Viome harto bien, y yo mostré, desde lejos, el billete de vuestra merced; pero mandome decir que se estaba aderezando para salir al estrado, y que no podía en ese momento ocuparse de esquelas. ¿Eso dijo? Eso, señor. ¿Y no mandaste, al menos, el billete con alguna criada? ¿Y si vuestra merced se enfadaba, luego, conmigo? Poniéndose en pie, el mancebo repuso: Enfádome agora de veros tan necia.

Después que hubo dado algunas vueltas por ella y enterádose de su disposición a la escasa luz que allí había, encendió un cigarro, saliose al corredor y se echó de bruces sobre la baranda de hierro, poniéndose a contemplar, con ojos distraídos, el baile de la plazoleta. El grupo de jóvenes bailaba cada vez con más entusiasmo y cantaba cada vez más alto.

Lo único por lo que siento morirme es por no ver más estos seres preciosos, encantadores. Al mismo tiempo le cogió con dos dedos la barba. Ya sabemos que Manuel Antonio no podía sufrir tales juegos de manos delante de gente. Vamos, pajalarga, quieto exclamó poniéndose serio y rechazándole. ¿Que no eres precioso?

Dijo esto el presbítero titubeando, poniéndose encendido hasta la nuca, porque su impulso primero había sido exclamar: «Señorita Marcelina, aquí está mi sangre a la disposición de usted».

Tararí... tararí. Yo doy de barato añadió luego, poniéndose a machacar en el mortero , yo doy de barato que haya familia en las estrellas; es más, declaro que la hay. Bueno, ¿y qué? La consecuencia es que estarían tan jorobados como nosotros». Rubín no contestaba.