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¡Oh, está excelente, excelente! exclamábamos todos, dejándonoslo en el plato; ¡excelente!... Este pescado está pasado. Pues en el despacho de la diligencia del fresco dijeron que acababa de llegar, ¡el criado es tan bruto! ¿De dónde se ha traído este vino? En eso no tienes razón, porque es... ¡Es malísimo!

El marino vió en esta miseria física el triste final de un régimen alimenticio absurdo, alegre y pueril: los dulces sirviendo de base de nutrición, los grandes arroces como plato diario, las sandías y melones llenando el intermedio entre las comidas, los helados servidos en copas enormes, esparciendo el perfume de su nieve melosa.

La amistad de los espíritus, el platonismo, la adoración desinteresada a una mujer, aunque se mire como grosero el símil, les parece a manera de salsa picante; pero entienden que no es plato de gusto aquel donde no hay más que la salsa.

A este plato de su invención Juana dio el nombre de hartabellacos.

A cada nuevo plato, renovabásele el goce que los estómagos no estragados y hechos a alimentos sencillos hallan en la más leve novedad culinaria. Paladeó el Burdeos, dando con la lengua en el cielo de la boca, y jurando que olía y sabía como las violetas que le traía Vélez de Rada a veces.

Este plato hay que disimularle decía ésta de unos pichones; están un poco quemados... Pero mujer... Hombre, me aparté un momento, ¡y ya sabes lo que son las criadas! ¡Qué lástima que este pavo no haya estado media hora más al fuego! Se puso algo tarde. ¿No les parece a ustedes que está algo ahumado este estofado? ¡Qué quieres! una no puede estar en todo.

Pues no os saldrá, porque hay un Dios en el cielo... y porque estoy yo además sobre la tierra, que os he de dar todavía alguna guerra... ¡Vaya si os la daré!... ¡Ya veréis de lo que es capaz una pobre mujer!... No os reiréis, no... Ya veréis cómo me arreglo para echar una gotita de hiel en vuestro plato de crema, para que no os relamáis, ¡puercos!... Concluyó por sentirse mal.

Paso, señor Tomás replicó Lope : vámonos poquito a poquito en esto de las alabanzas de la señora fregona, si no quiere que, como le tengo por loco, le tenga por hereje. ¿Fregona has llamado a Costanza, hermano Lope? respondió Tomás . Dios te lo perdone y te traiga a verdadero conocimiento de tu yerro. Pues, ¿no es fregona? replicó el Asturiano. Hasta ahora le tengo por ver fregar el primer plato.

Sostenido por dos de ellas reconoció un plato enorme, de los empleados en su servicio allá en la Galería de la Industria. Sobre este plato se elevaban, formando pirámide, cuatro bueyes asados.

Era importante ocupación para Cecilia hacerles plato, anudarles la servilleta, servirles agua y vigilar «que no hiciesen cochinetas». Gonzalo, cuando estaba en casa, presenciaba con deleite la refacción: se mantenía en pie como un magiar detrás de las sillas de sus hijas. Después, era preciso llevarlas a la cama.