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El padre comía mientras tanto con ávido silencio, devorando lo mejor del plato, y sólo al beber las últimas gotas se fijaba en el chiquitín, pasándolo a sus rodillas. Le daba pequeños pedazos de queso en la punta de su navaja; reía contemplando sus gestos, la grotesca masticación de su boca, semejante a la de un viejo.

¡Señor mío! gritaba Ripamilán, mientras disolvía sal en el plato de doña Rufina batiendo el aceite y el vinagre con la punta de un cuchillo ; ¡señor mío! yo creo que el señor de Carraspique está en su perfecto derecho; y no de dónde le vienen a usted esas ideas disolventes, que en cuarenta años que llevamos de trato no le he conocido....

En la mesa, sentado entre María Teresa y la señora Aubry, producía la impresión de la fuerza serena y tranquila, mientras escuchaba, sonriendo, las frases que revoloteaban a su alrededor. Apenas terminado el primer plato, el señor Aubry le dirigió la palabra. Y bien, amigo mío, ¿qué hay de nuevo en la fábrica? Tus últimas cartas eran un poco lacónicas. Me debes algunos detalles.

Acabaron de comer y quedaron unos mendrugos en la mesa, y en el plato dos pellejos y unos huesos, y dijo el pupilero: -Quede esto para los criados, que también han de comer; no lo queramos todo. ¡Mal te haga Dios y lo que has comido, lacerado -decía yo-, que tal amenaza has hecho a mis tripas!

TORTILLA CON CHORIZO. Se fríen unas ruedecitas de chorizo o longaniza, y se saca a un plato; aparte se baten los huevos, se mezclan al batido el chorizo frito y se hace la tortilla.

Cruzábase en la mesa vivo tiroteo de bromas, piropos, que entre los dos sexos suele preludiar a más serios combates. Primo, me extraña mucho que estando a mi lado no me sirvas el agua. Los aldeanos no entendemos de política: ve enseñándome un poco, que por tener maestras así.... Glotón, ¿quién te da permiso para repetir? El plato está tan rico, que supongo que es obra tuya. ¡Vaya unas ilusiones!

Desgraciadamente no tardé mucho en conocer que había en aquella expresión más verdad de la que mi buen Braulio se figuraba. Interminables y de mal gusto fueron los cumplimientos con que para dar y recibir cada plato nos aburrimos unos a otros. Sírvase usted. Hágame usted el favor. De ninguna manera. No lo recibiré. Páselo usted a la señora. Está bien ahí. Perdone usted. Gracias.

Montiño se acercó á uno de los bufetes, tomó un plato de frutas confitadas, y lentamente, pálido, convulso, fué poniendo á cada dulce un lazo, un adorno, una flor, que también las había. Quedaba únicamente por poner el lazo negro y rojo. Montiño le tomó con la extremidad de los dedos, con el mismo horror que si hubiera sido un reptil ponzoñoso.

¿Y de qué padece usted, señor de Heredia, del pecho? No, señor; más bien del estómago. ¿No tiene usted ganas de comer? Pocas. ¡Hombre, le compadezco de veras! Debe de ser fuerte cosa eso de sentarse delante de un plato de jamón con tomate y no poder meterle el diente.

El criado empezó lentamente á dar la vuelta á la mesa sirviendo el primer plato del almuerzo. Ya que nadie habla en la mesa, dediquémonos un instante á observar la traza y figura de los que á ella se sientan, empezando por el conde, como jefe que es de la familia.