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VIVÍA muchísimo tiempo hace, en la costa del mar del Japón, un pescadorcito llamado Urashima, amable muchacho, y muy listo con la caña y el anzuelo. Cierto día salió a pescar en su barca; pero en vez de coger un pez, ¿qué piensas que cogió? Pues bien, cogió una grande tortuga con una concha muy recia y una cara vieja, arrugada y fea, y un rabillo muy raro.

Otras veces, cuando el grupo es demasiado numeroso, se acogen a los pasacalles tradicionales de la villa, que son infinitos y deliciosos. Fué lo que hicieron en esta ocasión. El Duque quedó sorprendido al escuchar aquel coro de frescas voces repitiendo sin cesar coplas inocentes como éstas: En la torre más alta del amor me vi; falsearon los cimientos, pero no caí.

A veces quería Fermín ayudarla, intervenir con sus puños en las escenas trágicas de la taberna, pero su madre se lo prohibía: a estudiar, vas a ser cura y no debes ver sangre. Si te ven entre estos ladrones, creerán que eres uno de ellos.

Acaso algún filósofo antiguo ó moderno le haya sobrepujado por la viveza del ingenio, por la visión rápida y clara de los grandes problemas de la ciencia, pero ninguno tuvo jamás un rostro más grave, más absorto, más genuinamente científico que el tío Goro cuando de las ocupaciones manuales pasaba á las intelectuales.

Los portugueses porfiaban con mucha eficacia que no habia otra cura para aquella enfermedad que el agrio de limon, con el cual talvez mezclaban agí, ajos y sal: pero el cirujano les mostró el error en que estaban, pues tomando á su cuenta el enfermo que tenian de mas peligro, á dos dias se le dió sano, sin haber aplicado cosa alguna de las sobredichas para matar al bicho, teniendo por cierto que no habia tal animal.

Toma precauciones, Jacobo. Te odia mortalmente. Suceda de lo que quiera, poco importa. Pero tienes que tomar un desquite público y brillante. No te comprometas por una imprudencia. Jacobo respondió gravemente: Mi vida ha terminado, Lea, y mi rehabilitación así como el castigo de Sorege, serán los últimos actos de hombre que realizaré. He visto el mundo y le he juzgado.

Afortunadamente, después del curso con don Gregorio Azurmendi, que nos explicaba matemáticas vestido de frac y corbata blanca, llegaron las vacaciones de verano. Yo no podía hacer grandes escapadas, porque estaba vigilado; pero algunas veces me fui a pescar chipirones y jibias con un pescador, fuera de las puntas. Mi madre se alarmaba tanto, que me quitaba todos los alientos.

Reina, el señor de Le Maltour, solicita tu mano. Que le aproveche, tío. ¿Te gusta? Al contrario. ¿Por qué? Exponme las razones, pero buenas razones; no como las del otro día que no valían nada. Tampoco vuestros partidos no eran presentables, tío. Vamos al señor P. muy bien... ¡Oh, un hombre de treinta años, casi un patriarca! ¿Y el señor de C.? ¡Un hombre espantoso!

A los ocho dias, poco mas ó menos, envió el cacique á su hermano, pero traidora y alevosamente, pidiendo á nuestro capitan Mendoza seis soldados con escopetas y otras armas, para pasarse á nosotros con toda su hacienda y familia á vivir siempre.

Pero tal vez exageramos el aspecto sombrío que indudablemente caracterizaba la manera de ser de aquel tiempo. Las personas que se hallaban en la plaza del mercado de Boston no eran todas herederas del adusto y triste carácter puritano.