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Este Ayuntamiento, que vela sobre su prosperidad y se interesa en gran manera por la union, el órden y la tranquilidad, lo hace presente á V. E., y para evitar los desastres de una convulsion popular, desea tener de V. E., un permiso franco para convocar, por medio de esquelas, la principal y mas sana parte de este vecindario, y que en un congreso público exprese la voluntad del pueblo, y acuerde las medidas mas oportunas para evitar toda desgracia y asegurar nuestra suerte venidera.

Pocos días antes del proyectado viaje, el señor de Pavol recibió carta de un amigo que le pedía permiso para conducir al castillo a uno de sus parientes, un cierto señor de Kerveloch, antiguo agregado de embajada.

El cura párroco de la villa, el Dr. D. José Dávalos, procuró desde los principios disuadirlos y aquietarlos, empleando las mas humildes súplicas y eficaces oficios; pero no consiguió mas que el permiso para dar sepultura á los cadáveres, cuya diligencia practicada con la mayor piedad, no fué bastante á contener aquellos ánimos, que perdida la obediencia y el respeto á la justicia, no tardaron en perderla tambien á la casa del Señor, pues entrando en ella tumultuariamente una porcion de indios llenos de furor, desenterraron el cadáver de Prado, y le cortaron la cabeza, para llevarla á la Audiencia de la Plata, segun declararon algunos, ó á su Inca, segun depusieron otros.

Libre des Cent-et-un. ¿Por qué no pone usted un periódico suyo? ¿Cuándo sale Fígaro? ¡Es idea peregrina! Ya he visto en los demás periódicos la publicación del permiso para el periódico nuevo. ¿Saldrá por fin en febrero, en marzo? ¿Cuándo? ¿Nos hará usted reír, por supuesto?

Solo y levantado está en la sala de arriba dijo la mujer del alguacil. Sin aguardar más contestación ni más permiso, Juanita apartó a un lado a su interlocutora, echó a correr, subió las escaleras, dejó el manto en un banco de la antesalita y entró destocada en la sala donde estaba don Paco.

Salieron todas juntas delante la Albornoz, apoyada en el brazo de Margarita; en mitad de la escalera volvióse aquella muy animada: Como despacharemos tarde, me llevaré a comer a mi ahijada. ¿Me da usted su permiso? ¡Pues no faltaba más, condesa! ¡Gracias, querida, gracias!...

Jamás salía de casa sin pedirle permiso, no fumaba en su presencia, se recogía al oscurecer, rezaba el rosario, confesábase cuando ella lo ordenaba. Mientras su cuerpo se desarrollaba prodigiosamente, se trasformaba en un mancebo bizarro y atlético, su espíritu continuaba tan infantil y sumiso como si nunca pasara de diez años.

Si pudiera, vendría mañana y tarde todos los días, contando con su permiso. Pero en este pícaro mundo, se llega hasta donde se puede, y el que, impulsado por el querer, va más allá del poder, cae y se estrella».

Gabriel dijo Amaranta con el rostro inundado de lágrimas ¿cuándo sale la expedición? Yo pediré permiso para marchar en ella y nos llevaremos a Inés. ¡Huir! exclamó la muchacha con terror . Yo apareceré a los ojos de todos como una criatura sin pudor que deshonra y envilece a su familia... Volveré a casa de doña María.

«Mucho me enfada dijo con cierta gravedad parlamentaria que haya usted ido sin mi permiso a la romería. Pero hubiera perdonado fácilmente esa falta. Otras no se pueden perdonar... Estoy aquí desde las cuatro esparándola a usted para decirle que se porta conmigo de una manera infame». Isidora palideció.