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Durante su rápida cuanto fecunda carrera periodística, no tuvo competidores, y el mismo clásico e ingenuo Mesonero Romanos tuvo que ceder el paso al maestro entonces, y hoy desaparece en la penumbra de aquella gran sombra. Leer hoy los artículos de ambos, es recordar mañana exclusivamente a Fígaro.

Ante sus ojos entornados desarrollábase una neblina parda, como si espesara la penumbra húmeda de bodega en que está siempre el salón de sesiones; y sobre este telón destacábanse como visión cinematográfica las filas de naranjos, la casa azul con sus ventanas abiertas, y por una de ellas salía un chorro de notas, una voz velada y dulcísima cantando lieders y romanzas que servía de acompañamiento a los duros y sonoros párrafos del jefe del gobierno.

En la penumbra del salón, donde aguardaba, parecía el hombre una noche de verano: de tal modo relucían y titilaban sobre él verdaderas constelaciones de pedrería, hasta con su caminito de Santiago; que bien podía desempeñar este papel allí la enorme leontina de oro entretejido que trepaba por el hemisferio de su estómago. Además, apestaba el salón a patchouli y a pomada de geranio.

¿Quién es esa? preguntó la mujer de Reyes. Bonifacio, viendo que Nepomuceno no se daba por interrogado, dijo, no sin tragar antes saliva: Es la Reina, que viene desaladamente al saber que el Infante.... No; si no pregunto eso interrumpió su mujer, volviéndose a mirar a Bonis, que estaba detrás de ella en la penumbra . Digo si es esa la tiple. Creo... que . , justo, la protagonista....

Pero de pronto, una voz surgió de la penumbra: ¿Y las mujeres?... ¿Qué hace usted de las mujeres? El tío Correa, sorprendido y perplejo, paseó una mirada por el corro de oyentes, preguntando: ¿Qué mujeres son esas? ¿Qué tienen que ver las mujeres con esta historia?

Guárdese los consejos para cuando los pida. Buenos días. Al subir la escalera vio en el primer rellano en la penumbra de la casa cerrada, sin otra luz que la de las rendijas de las ventanas, a su madre, erguida, ceñuda, tempestuosa, como una imagen de la justicia. Pero Rafael no vaciló.

Todo era darle a la llave para subir la mecha, con lo cual se ahumaba el tubo, o para bajarla, con lo que se quedaban todos de un mismo color. Pero sin acobardarse por la pestilencia del petróleo ni por la penumbra de su avara luz, seguían trabajando aquellas pobres chicas, sometidas a la ley de la necesidad, que obliga a comprar el pan de hoy con los ojos de mañana.

Habría esperado á Valeria, que regresaba de su almuerzo. Debían estar los dos desde mucho tiempo antes en la penumbra de este rincón, insensibles á lo que les rodeaba, sordos á los comentarios de la gente. El, vuelto de espaldas al príncipe, no pudo verle.

Ramiro se sentó sobre una peña, con el rostro casi oculto por el ala del fieltro. El suelo violáceo parecía ondular a sus pies bajo la vibración alucinadora de la penumbra.

Una penumbra lívida y brumosa era el día austral, repitiéndose semanas y semanas sin el menor rayo de claridad, como si el sol se hubiese alejado para siempre de la tierra.