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Sus ojos iracundos y anunciadores del chaparrón de malas palabras con que pensaba acoger al importuno se dulcificaron viendo á Robledo, y antes de que éste hablase, dijo ella con amabilidad: La patrona está en su dormitorio y el marqués ha salido con su maldita caja de pistolas. Yo creía que estaba donde usted... Entre, don Robledo; voy á avisar á la señora.

Cuando tenía veinte años, conquisté a mi patrona que tenía cincuenta. No creo que Hernán Cortés ni Pizarro, ni Alvarado ni García de Paredes... ¡Nada, nada, se le concede a usted la primacía! exclamó el sabio soltando una carcajada vibrante y majestuosa.

Siempre que se habla de cómicos españoles, se suele mencionar también á Nuestra Señora de la Novena, su santa patrona, cuyo culto se fundaba en los hechos y en las razones siguientes: Había una actriz llamada Catalina Flórez, que recorría á pie el país con su marido, mercader ambulante, que vendía sus artículos de pueblo en pueblo. En uno de estos viajes se vió acometida de los dolores de parto.

Bien que en el cautivo no hay contento, Mas no quiero crecer yo mi fatiga, Teniendo siempre en ella el pensamiento. A mi patrona tengo por amiga, Tratame qual me ves, huelgo y paseo, Cautivo soi, el que quisiere diga. Triunfa, hermano, y goza ese trofeo, Que si por ser cautivo te hermoseas, Yo que es torpe, desgraciado y feo.

No me atrevía a sacar ninguna; pero la patrona que tenía en Santiago me convenció de que, atando un bramante a la muela y sujetándolo por el otro cabo al techo, poco a poco iba saliendo sin dolor. Me senté en una silla, ¿sabe usted? y cuando ya la muela estaba bien amarrada, la huéspeda tira de la silla y me deja colgando. ¡Claro, no tenía más remedio que saltar!...

Antes, en mi infancia, ya era otra cosa. Entonces, como los demás, yo temblaba durante la velada oyendo esos bellos relatos, y ahora, hermosa patrona, hago tanto caso de ellos como de un remo roto. Pero ella ha querido que viniese a hacerme decir la buena ventura antes de hacerme a la mar. En fin, vamos a empezar; ¿está usted dispuesta, señora? Este señora arrancó a Ivona una mueca horrible.

A Martín le dió la impresión de conocer esta voz. Buscó por la sala una botella de agua, y como no había en el cuarto, fué a la cocina. Al ruido de sus pasos, la voz de la patrona preguntó: ¿Qué pasa? El herido que quiere agua. Voy. La patrona apareció en enaguas, y dijo, entregando a Martín una lamparilla: Alumbre usted. Tomaron el agua y volvieron a la sala.

El juez le interrumpió, clavando otra vez en su rostro una mirada escrutadora: Esta mujer ha dicho lo contrario: ha declarado que su patrona ha intentado otras veces matarse; que esta mañana la alejó deliberadamente y que hoy no ha hecho más que poner en práctica un propósito antiguo y firme. ¿Usted cree eso? exclamó el joven desconcertado ¿usted ha dicho eso? La mujer no contestó.

Yo me quedé inmóvil, estático; crucé los brazos, y la miraba sin saber qué hacer, ni qué decir. Debia estar pálido como un cadáver. Hice que se cogiera de nuevo á mi brazo, entramos en la fonda, la señora acudió para saber qué la sucedia, yo la dije que habiamos recibido la noticia de que mi suegro estaba enfermo de gravedad, la patrona nos manifestó su deseo de que se aliviara, y subimos.

Quizás sea la mejor Nuestra Señora de Atocha, en lenguaje antiguo castellano. Esta comedia, escrita en alabanza de la patrona de Madrid, describe con mucho ingenio la devoción entusiasta, y el heroísmo y la abnegación de los castellanos antiguos.