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Pocas veces he visto amargura más agotada y tranquila que la de sus ojos cuando concluyó. Por mi parte, no podían apartar de los míos aquella adorable belleza del palco, sollozando sobre el sofá...

¡Vaya si lo había visto Currita!... Como que el berrenchín que tenía por dentro era la nerviosa musa que inspiraba aquella noche sus aceradas agudezas, y desde que terminó el acto no había perdido de vista un momento a Jacobo, viéndole comenzar su toumée por los palcos de las damas, que le recibían todas en palmas, mimándole y agasajándole con sus más encantadoras sonrisas y sus más dulces palabras. Isabel Mazacán, sobre todo, parecía querer comérselo, y por dos o tres veces, mientras le tuvo en el palco lanzó al de Currita una mirada que parecía decirle: ¡Rabia de firme!...

Pues nada... Empeñada en saber quién estaba en el palco de arriba... Y todo porque el otro no hacía más que mirar para allá poniendo varas. Al decir esto, Leopoldina cogió a Carmen Tagle sus gemelos de nácar y púsose a mirar hacia el palco que tanto inquietaba a Currita.

Cuando más moqueaba la gente y se oían más jipíos y sollozos, Amparo sintió que su mirada, atraída por irresistible imán, se clavaba otra vez en el palco de García.

Su autor, que á fuerza de verla ensayar casi la odia, ni siquiera tiene el consuelo de ir á verla: no puede, se aburriría; todos sabemos que Alfredo de Musset se durmió profundamente y hasta llegó á roncar, en un palco de la Comedia Francesa, durante la representación de «Un capricho», su comedia mejor...

Aquélla no quiso asistir desde un palco por no hacerse demasiado visible, cosa harto enojosa, si la obra no lograba buen éxito. Reynoso se quedó también con Tristán en casa, dispuesto a trasladarse al teatro en cuanto se viese el cariz que presentaba el asunto. El primer acto produjo agradable efecto en el público, aunque no se le tributaron aplausos muy ruidosos.

Abajo podían verlo todo igualmente, pero ellos se consideraban simples espectadores, y habían querido ocupar un lugar de preferencia, un palco, en vez de permanecer mezclados con los artistas.

La casualidad vino en su ayuda resolviendo el asunto a su placer, cuando menos lo pensaba. Una noche se encontraron en el teatro de la Comedia. Raimundo, que transcurrido el año de luto solía ir de vez en cuando, estaba con su hermana en las butacas. Ella ocupaba un palco bajo frente a ellos.

Ana logró, pues, revolverse y escudriñar con sus perspicaces ojos de gato los ámbitos del teatro todo. Dio un expresivo codazo a la Tribuna, que miró hacia donde le señalaba su amiga, y divisó a las de García en un palco platea. Fijose especialmente en Josefina, que estaba elegante y sencilla, con traje de alpaca blanca adornado de terciopelo negro.

Sólo cuando llegó el primer descanso de los cantantes pude acercarme a ella y obligarla a recibir mi saludo. Vengo a pedirle un lugar en su palco le dije poniéndola a medias en una mentira, a menos que ese puesto no esté destinado al señor De Nièvres. El señor De Nièvres no vendrá respondió Magdalena volviéndose del lado de la platea. Se ponía en escena una obra maestra, inmortal.