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Y en este momento las señoras están preparando un ponche... con esto le digo todo. ¿Por qué no venía usted nunca a mi casa?... ¡Yolanda!... Es mi hija... ¡Yolanda!... Es la alegría de mi alma... No me oye. Bien decía yo a usted... las puertas no sirven para nada.

Todas las luteras están paradas, señora... porque, naturalmente, o se muere poca gente, o no les echan papeletas... Hombre dijo a su marido, haciéndole estremecer , ¿qué haces ahí con la boca abierta? Desmiente. Ido, que estaba oyendo a su mujer, como se oye a un orador brillante, despertó de su éxtasis y se puso a desmentir.

El colorido voluptuoso y suave de este cuadro; el vuelo reposado de la lírica que en él se nota; las floridas descripciones de esos tiernos ensueños amorosos; el brillo y la pompa de las fiestas, que se celebran en la corte del rey de Sciros, y, á lo lejos, el estrépito belicoso de los héroes griegos, forma un conjunto harmonioso, que transporta en una especie de éxtasis á quien la lee ó la oye.

Después quiso llamar a Carmen, una de las doncellas, para que le ayudase a estirar las sábanas, pero Ricardo le preguntó tímidamente: Oye, chica, ¿no serviría yo para eso? ¡Oh! Si quisieras... ¡Pues no había de querer!... Oro molido que fuese, preciosa... dispones de como reina y señora... No será tanto. No rebajo nada..., puedes ponerme a prueba.

, Rorró, prosiguió conmovida así entendía estas cosas tu papá; así las entendía tu abuelito. Mira; oye mis consejos, que no te irá mal. Aunque eres pobre te casarás, , porque no te has de quedar soltero, como don Román, tu maestro, ni has de ser sacerdote. Te casarás, y... ¡cuánto le pedimos a Dios que hagas buena elección!

El amante piensa entonces en los medios más eficaces para la consecución de su propósito, y resuelve, creyéndolo más acertado, seguir el consejo de la diosa y recurrir á una vieja alcahueta, famosa por su astucia. Acto tercero. La vieja viene á la casa de Pamphilo, y oye de sus labios el nombre de la bella, á quien ama, después de prometerle la mayor reserva.

El demonio se aparece á Enrico y le ofrece la libertad si le vende su alma; pero él oye la voz del cielo, que lo disuade, y rehusa su oferta.

Aquí, dentro de casa, está completamente sola; ya sus antiguas amigas se han muerto; no tiene tampoco hijos. Y, sin embargo, a pesar de que no ve a nadie ni oye nada, ella se acuerda siempre de la deuda terrible. Esta es la causa de que esté suspirando desde por la mañana hasta por la noche. Cuando llega la noche, la vieja enciende una capuchina y la pone sobre la mesa.

Don Juan de Aguilar, caballero sevillano, que en su viaje pasa cerca del lugar del desafío, oye ruido de armas, y abandona á su caballo, para poner paz entre los combatientes, si le es posible; pero llega tarde, y encuentra á Don Pedro bañado en su sangre, y ve huir al matador.

Barbarita se echó a reír con donaire. «Pero qué, ¿os han dado otro timo?». Quia; ahora no. Este es auténtico... este es de ley; no tiene hoja, como el otro, por quien perdiste la chaveta. ¡Bah!, no quiero oírte... repuso Barbarita con humor festivo, y se separó de ellas para ir presurosa a la iglesia. Oye... mira dijo Guillermina llamándola... Cuando salgas, date una vuelta por las tiendas.