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No bien la familia de Solís se hubo alejado treinta pasos del Comendador, vió éste que Doña Blanca se volvía á hablar con su marido. Es evidente que el Comendador no oyó lo que le decía; pero el novelista todo lo sabe y todo lo oye.

Oye... le dijo el duque , estamos solos: yo soy omnipotente en España. Lo , señor, lo ... dijo Montiño. Puedo... ¿qué yo lo que puedo hacer contigo?... puedo, por un lado destruirte... por otro, enriquecerte. ¡Señor!... ¡señor!... ¡que me lastimáis!

Hacía muchas noches que no descansábamos tan bien dijo Cornelio estirándose . Ya era hora de que los piratas nos concedieran algún reposo. ¿Se oye algo? preguntó el Capitán. Nada más que el griterío de las aves, tío. Parece que el combate acabó. Me alegraría de que hubiesen llevado los piratas la peor parte dijo Van-Horn . Así nos dejarían tranquilos para siempre. Pronto lo sabremos, viejo.

»(Indignada otra vez.) Pero el marqués... ¡vaya un apunte! Quien le oye y no le conoce, cree que es el hombre más juicioso del mundo. No habla más que del Senado y de las cosas que ha dicho o va a decir allí. ¡Qué pico de oro!

Mefistofeles desaparece con Faust; se oye en lo interior la voz de Margarita que llama inutilmente a su amigo "iFaust! iFaust!" "La pieza queda cortada despues de estas palabras."

Y solamente la vi estremecerse cuando la dije: «¡No! Eso no sucederá. ¡Su nuevo amante morirá pronto: él le matará! ¿Oye usted? ¡Le matará! Usted será responsable de ese asesinato.

Esta bella joven viene por engaño á la habitación del Príncipe, en la cual, al penetrar en ella, se ve envuelta sola en la más profunda obscuridad, puesto que Don Carlos, por otro motivo, no puede encontrarse á su lado; comienza á temer alguna asechanza y busca una salida, llena de desesperación; oye á lo lejos los ayes inquietos y los suspiros de un moribundo, que aumentan más su horror, y por último, consigue escaparse.

En la casa de D. Enrique vive también una dama joven llamada Clara, que, desde el primer instante, inspira á Macías la pasión más viva. El enamorado se informa del objeto de su pasión de un caballero de la corte, y oye de sus labios la respuesta siguiente: Doña Clara es mi prometida, la prometida de D. Tello.

Entonces, Gertrudis le pertenece en cuerpo y alma, a él solo; lo siente en el temblor de su brazo, que, con ternura y como a escondidas, aprieta con fuerza al suyo; lo adivina en el brillo húmedo de sus ojos, que se alzan furtivamente hacia su rostro. Al cabo de un momento, dice ella un poco contrariada. Oye, es preciso ver qué hace Martín. responde él apresuradamente.

Pero durante la velada sintió la necesidad de descargar en alguien la cólera interna que le venía royendo desde su último viaje á Buenos Aires, é interrumpió al cantor. Oye, gringo: ¿qué es eso de tu nobleza y demás macanas que le has contado á la niña? Karl abandonó el piano para erguirse y responder.