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Iban delante cuatro hombres explorando el camino y separando la nieve, y otros cuatro conducían el féretro. Yo seguía solo a mi madre, por las huellas que mis conductores dejaban sobre la nieve que en algunos puntos nos llegaba hasta la rodilla. Sólo el silbido producido por el viento norte se dejaba oír en aquellas soledades.

Otros rodeaban a un compañero que, abriéndose la camisa, mostraba el pecho. Apenas si le quedaba señal de las postas que le habían metido entre las costillas. Después de dos semanas de descanso, volvía aquella noche a la faena. Hablaban de los compañeros que estaban en la cárcel de El Escorial, discutiendo lo que les podría «salir».

Como sucedía en muchos otros casos, había que pasar por el dormitorio principal para poder entrar en la pieza secreta, y cuando los soldados penetraron en el primero para inspeccionarlo, sus sospechas se despertaron. Por lo tanto, decidieron quedarse allí a pasar la noche.

Así aduciría yo razones y pruebas a los que pretenden que nuestra tierra no es el centro del Universo, sino astro pequeño y opaco, que va rodando en torno del sol, como Venus, Marte, Saturno y otros planetas.

De pronto, por un misterio de asimilación mental, le pareció leer lo que pensaba aquella cabeza lloriqueante que permanecía á sus pies. La madre, impulsada por sus propias desgracias, había evocado las desgracias de los otros. También ella miraba al horizonte. Se imaginó ver más allá de la línea de los enemigos un desfile de dolor igual al de su familia.

Así es que mi molino ha sido el redentor de estas infelices vecinas, y ellas lo bendicen cada día, al verse hoy libres de su antiguo sacrificio, cuyos funestos resultados comprenden hasta ahora, al observar el estado de su salud, y al aprovechar el tiempo en otros trabajos. Como el cultivo del trigo, se ha introducido el de otros cereales no menos útiles y con igual prontitud.

Manos Duras se detuvo para ver mejor. Aquel día no era de correo de Buenos Aires. «Debe ser un tren de carga que viene de Bahía Blanca», se dijo. Resultaba visible estando aún á muchos kilómetros de la Presa, y pasaría otros tantos kilómetros más allá, para no detenerse hasta Fuerte Sarmiento.

Y como la muchacha quisiera saber en qué consistía tanta riqueza, Isidro tuvo que explicarse con cierta vacilación. Ricos en seguida, lo que se llama ricos, no lo seremos. No van a darme mas que tres mil realazos. Pero algo es algo, y tras ellos otros vendrán.

Y aún sufría más por mi empeño de que aquí no se conociese tu situación. ¡Un Luna, el hijo del señor Esteban, el antiguo jardinero de la Primada, con el que conversaban los canónigos y hasta los arzobispos... mezclado entre la gentuza infernal que quiere destruir el mundo...! Por esto, cuando Eusebio el Azul y otros chismosillos de la casa me preguntaban si podrías ser el Luna de que hablaban los periódicos, yo decía que mi hermano estaba en América y que me escribías de tarde en tarde, por andar ocupado en grandes negocios. ¡Ya ves qué dolor!

Los hombres armados se esparcieron por las habitaciones en busca de enemigos. Metían las bayonetas debajo de camas y divanes. Otros, con un automatismo destructor, atravesaron los cortinajes y las ricas cubiertas de los lechos.