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A la hora, ya estaban remediados aquellos infelices, y otros que se agregaron, inducidos del olor que por toda la parte baja de la colmena prontamente se difundió. Y el Señor hubo de recompensar su caridad, deparándole, entre los mendigos que al festín acudieron, un lisiado sin piernas, que andaba con los brazos, el cual le dio por fin noticias verídicas del extraviado Almudena.

En la puerta, las vendedoras de flores entorpecían el paso de la gente, y alargaban sus manos con puñados de rosas y otras florecillas, gritando: «Un ramito de olor...». «Cuatro cuartos de rosas». Isidora compró rosas para acompañarse de su delicado aroma por todo el camino que pensaba recorrer. Al punto empezó a ver escaparates, solicitada de tanto objeto bonito, rico, suntuoso.

Hay allí, haciendo antecámara, una cincuentena, agachados a lo largo de las paredes, arrebujados en sus albornoces. Aquella antecámara beduina, aunque está al aire libre, despide fuerte olor a piel humana.

Ya se me figura que es verdad cuanto usted me dice. Yo soy así. Vea usted lo que me pasa: hace un rato hablábamos de flores; pues ya se me ha pegado a la nariz un olor riquísimo. Paréceme que estoy dentro de mi estufa, viendo tantos primores, y oliendo fragancias deliciosas.

Tampoco creas que el pensil mas bello Pueda exalar mas inefable aroma, Cuando el aurora en el oriente asoma Y la tierra le ofrece su ovacion; Que aquí, de las domésticas virtudes Un misterioso olor llena el ambiente, Que baña al peregrino blandamente Si se acerca á tu umbral con emocion.

La verdad se encubre en vano; Que como al que ayer traía 2360 Guantes de ámbar, otro día, Le quedó oliendo la mano; Así, quien señora fué, Trae aquel olor consigo, Aunque del ámbar que digo, 2365 Reliquias muestre por fe. DO

10 y de vino para la libación ofrecerás la mitad de un hin, en ofrenda encendida de olor grato al SE

Pero otra cosa era en esta ocasión: el Infierno ya no era un dogma englobado en otros: ella había sentido su olor, su sabor... y comprendía que antes, en rigor, no creía en el Infierno.

Ayer noté yo bien marcadas en el felpudo de la entrada las suelas de unas botas de persona fina. Dicen que el aguador... ¡Qué aguador ni que niño muerto!... Y anteayer había en esa misma alcoba la impresión, , la impresión de una persona que aquí estuvo. No lo puedo explicar; era como huellas dejadas en el aire, como un olor, como el molde de un cuerpo en el ambiente.

Tengo idea de que tiene el cerebro un poco débil, si no, ¿por qué se dejaría engañar por ese pícaro de Dunsey, a quien nadie ha visto últimamente, y por qué lo dejó matar a ese lindo caballo de caza de que todos hacían elogios? Y durante un tiempo siempre andaba buscando a la señorita Nancy y después todo se desvaneció, por decir así, como el olor de la sopa cuando se enfría.