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Como si estallara dentro de su cuerpo un petardo, se levantó el confesor. No se había podido contener. Usted me... dispensará, Sr. D. Carlos dijo con torpe lengua , pero mis deberes militares.... No se pertenece uno desde que se mete en ciertos trotes. , ... vaya usted.... ¿Cuántos hombres hay en Elizondo? Doce mil y ochenta caballos. Con permiso de usted....

Dirigiéronse al negro boquerón, y Quevedo se encontró en lo alto de unas polvorientas escaleras de piedra, y tan estrecho el caracol, que apenas cabía por él una persona; aquella escalera estaba abierta, sin duda, en el grueso muro. Empezaron á descender. Quevedo contaba los escalones. A los ochenta, el bufón tomó por una estrecha abertura abovedada. La escalera continuaba.

¿Aún no ha vuelto el señor de Maltrana? Y al saber que Feli estaba sola, negábase a pasar adelante. Era tarde y debía levantarse con el alba. Que trabaje usted mucho, señora, y duerma bien. ¡Ah! Y si tiene usted un rato libre y quiere distraerse, lea aquella oración tan bonita que le entregué. Se ganan ochenta días de indulgencia.

¡Claro está!... ¡Eres tan rico!... ¡tienes gustos tan sencillos!... verdad es que, según toda probabilidad, serás mi heredero... pero me permitirás te recuerde que tendrás que esperar mucho tiempo... Mi padre murió de ochenta y cinco años, de lo que puede deducirse que yo tengo aún treinta por delante... y no te ocultaré que mi intención es ésa...

Tengo tan buena opinión de Pepita que si volviese ella a tener diez y seis años y una madre imperiosa que la violentara, y yo tuviese ochenta años como D. Gumersindo, esto es, si viera ya la muerte en puertas, tomaría a Pepita por mujer para que me sonriese al morir como si fuera el ángel de mi guarda que había revestido cuerpo humano, y para dejarle mi posición, mi caudal y mi nombre.

Había viajado por todo el mundo, sin olvidar uno solo los lugares vistos; podía repetir los títulos de los ochenta grandes hoteles en que se alojan los que dan la vuelta á la tierra. Al encontrarse con un antiguo compañero de viaje reconocía inmediatamente su rostro, por corta que hubiese sido la visión, y muchas veces recordaba su nombre.

La cuna de palo rosa traída de ochenta millas sobre un mulo, como decía Edmundo a su manera, fue digno remate de todo aquello. De este modo, la rehabilitación de la cabaña fue un hecho consumado.

Don Eugenio, saludaba al paso aquellas caras que veía todas las tardes, sin interrumpir por esto la conversación. Juanito le oía con la deferencia y el respeto que inspiran ochenta años. En una palabra, muchacho: que yo no puedo sufrir esta clase de vida. Serán para algunos escrúpulos necios, pero ¿qué quieres?

Caminaron así cosa de ochenta leguas, parte por el río, parte por lagunas, porque hay muchas á la orilla de este río, las cuales, cuando baja el río, quedan divididas de él y hechas lagunas; mas cuando crece, queda toda la campaña hecha un mar de agua, porque se incorporan con él.

Entre una comiquita de París y una gran duquesa de las que figuran en el Gotha, hay menos distancia que entre una joven millonaria reciente, hija de emigrantes, y una señorita cuyo padre tiene tal vez hipotecadas las tierras y cuyos abuelos vinieron a América también de emigrantes... pero hace ochenta años.