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Yo gozo todos los días tanto o más de lo que has gozado hoy... Siguió desenvolviendo con brío su tesis nuestro farmacéutico, mientras caminaban hacia la Puerta del Sol. Miguel había concluido por guardar silencio, escuchando con placer y curiosidad aquellas peregrinas teorías.

Y por último, deducimos de todo lo dicho y de la muerte que alcanza a nuestro buen Siglo, a pesar de toda su ilustración y grandeza, que el siglo es chico como son los hombres, y que en tiempos como éstos los hombres prudentes no deben hablar, ni mucho menos callar. Noble Espagne, la littérature est réduite

»En aquel instante abriose la puerta y apareció Teobaldo. Mi esposo lanzó un grito de sorpresa: »¡Es posible! ¡el antiguo capellán del duque de Arcos! ¡El que el año pasado todavía era nuestro capellán! ¡verle en los altos puestos de la Iglesia! »En seguida, el Conde se acercó a él, y saludándole con respeto le dijo: »¿Parece, señor Teobaldo, que ha hecho usted una brillante carrera?

No lo repudio á título de innovacion; yo admito todas las innovaciones posibles, cuando vienen autorizadas por una razon que las justifique y las recomiende, aunque los innovadores sean cafres. Repudio aquella costumbre alambicada, aquel alarde rebuscado y necio, porque desnaturaliza nuestro trato, despojándolo de su ingenuidad, de su poesía, de su belleza.

Ella y sólo ella puebla nuestros desiertos, compra y consume nuestros productos, reemplaza las deficiencias de nuestra industria, nos presta su dinero, su genio y su ciencia; es, en una palabra, el artífice de nuestro progreso. En cambio, ¿qué recibimos de ustedes, señores?

Pero atiéndeme, te lo ruego: no me busques, evita nuestro encuentro. Es el último favor que podrás hacerme. Sólo lejos de tu presencia encontraré cierta tranquilidad.

El nuestro tira á encarnado, dixo el Sirio, y tenemos treinta y nueve colores primitivos. En todos quantos he exâminado, no he hallado un sol que se parezca á otro, como no se en vuestro planeta una cara que no se diferencie de todas las demás.

El ventero, por verle ya fuera de la venta, con no menos retóricas, aunque con más breves palabras, respondió a las suyas, y, sin pedirle la costa de la posada, le dejó ir a la buen hora. Capítulo IV. De lo que le sucedió a nuestro caballero cuando salió de la venta

A las voces que le dió nuestro timonel, se incorporó lentamente y tras un largo esperezo y un no menos largo resoplido soñoliento, separó con la ayuda del tiquin su rústica embarcación, dejándonos paso en la corriente. He ahí, dije en mi interior, un ser que respira tranquilidad, salud y bienestar.

Entró, me saludó y se llegó a con la gracia, desenfado y ligereza de un pollo o gomoso, no de nuestro siglo decadente, sino de otras edades caballerescas en que fueron los hombres de temple más recio y más fino. Mi vestidura era una elegantísima bata de flexible seda. Pocas mujeres pueden hacer lo que yo hice entonces y puedo hacer y hago todavía.