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Si durante aquellos largos días, dedicados á un trabajo grosero y repugnante, y aquellas interminables noches ardientes y febriles, no hubiera tenido la idea de Dios para calmar mi espíritu, me hubiera vuelto loco ó me hubiera matado.

Indica el Diario del Almirante que encendía todas las noches el farol de popa, y que al separarse La Pinta sobre la costa de Cuba, puso en los palos otros faroles de señales. En el tercer viaje destacó desde Canarias tres de sus naves, ordenando cuál de los capitanes había de hacer farol.

Tenía alucinaciones; algunas noches, cuando cerraba los ojos molestado por la luz reglamentaria, a la que en catorce meses no había podido acostumbrarse, le atormentaba la estrafalaria idea de que, durante el sueño, sus enemigos, aquellos que querían matarle y a los que no conocía, le habían vuelto el estómago del revés. Por esto le atormentaban con crueles pinchazos.

Fue modelo de gentileza y cortesanía. Se hizo adorar de la juventud, a quien proporcionó gratísimo recurso para matar las interminables noches del invierno. Fernanda Estrada-Rosa fue uno de los más bellos ornamentos de sus conciertos y saraos. En pos de ella vino el conde de Onís, su novio.

Las pausas eran tan frecuentes y dilatadas en esta reunión, que una sola llenaba á veces horas enteras y hasta noches.

Las fatigas, las noches sin dormir y las privaciones habían tomado una gran parte en la enfermedad crítica que la edad le había aportado. Añadid a esto las angustias continuas de una madre que espera el último suspiro de su hija. La señora de La Tour de Embleuse sentía tanto o más los dolores de Germana que los suyos propios.

Yo soy muy americano y tengo unas ganas locas de ver mi cielo. ¡Cuántas noches, en Europa, me privé de mirarlo, porque no podía encontrar en él la Cruz del Sur!... Y mañana tal vez la contemplemos. Mi muchachada no comprende estas cosas del viejo. Sentía impaciencia por llegar a su tierra, ver a los amigos, enterarse de la marcha de los negocios, pisar las calles de Buenos Aires.

Tenía una palidez cenicienta y sus ojos eran más grandes que nunca, rodeados de aureolas azuladas y dolorosas. Rompió á llorar al enterarse de que su marido aparecía todas las noches en un cinema, después de haber muerto hacía un año. ¿Cómo puede ser eso?... Su asombro era tan grande, que cortaba su llanto.

Rendida de cansancio, Rufina no podía ya con su cuerpo: cuatro noches hacía que no se acostaba; pero su valeroso espíritu la sostenía siempre en pie, diligente y amorosa como una hermana de la caridad.

Desde hace pocos años, la Alameda se ve extraordinariamente concurrida en las tardes y noches de estío, habiéndose establecido allí gran número de puestos de agua, refrescos, helados, etc., alrededor de los cuales se instalan multitud de mesas y sillas, que se ven ocupadas por la concurrencia de trasnochadores hasta la salida de la aurora.