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Cuando por las noches veía entrar de la calle a D. Baldomero, tan bondadoso y jovial, siempre con su cara de Pascua, vestido de finísimo paño negro y tan limpio y sonrosado, no podía menos de pensar en los nietos que aquel señor debía tener para que hubiera lógica en el mundo, y decía para : «¡Qué abuelito se están perdiendo!». Una noche fue al teatro Real de muy mala gana.

Nietos de aquellos Duques, y Duques también de Medinaceli y de Medinasidonia, D. Juan de la Cerda y D. Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, presidieron con paralela falta de aptitud é igual desgracia á las dos más grandes desdichas que registra la historia naval, como que con ellas acabó aquella preponderancia.

Pocos minutos después estaba en la calle, con su lío al brazo, en compañía de Bolina y Tremontorio. Los tres iban cabizbajos, taciturnos y caminando con repugnancia. Casi al mismo tiempo que ellos en la calle, aparecieron en sus respectivos balcones la mujer de Bolina, rodeada de sus nietos, y la del pobre Tuerto, sola, desgreñada y dando alaridos de desconsuelo.

Además, don Carlos era considerado como el primer hombre del país, y representaba para él una desvalorización marcharse á aquellas tierras de gringos, donde ignoraban su historia y nadie le haría caso. Hasta espaciaba mucho sus viajes á Buenos Aires, pensando que los amigos de su juventud habían muerto y sólo podía encontrar á sus hijos ó sus nietos, que apenas recordaban su nombre.

Si sólo hubieses de contar con lo que te regale tu padre, vivirías como un ermitaño. El gabacho es de los de puño duro: con él no hay farra posible. Pero yo pienso en ti, peoncito. Gasta y triunfa, que para eso tu tatica ha juntado plata. Cuando los nietos se marchaban de la estancia, entretenía su soledad yendo de rancho en rancho.

Cuál sería la base de todas mis meditaciones, se adivina fácilmente; qué remedio fué el primero que se me ocurriera para evitar males tan considerables como el que deploraba entonces, no debo decirlo aquí por dos razones: la primera, porque, en mi buen deseo, puedo equivocarme; y la segunda, porque, aunque acierte, no se ha de hacer caso alguno de mi teoría en las altas regiones donde se elabora la felicidad de los nietos del Cid.

Al desembocar el ya crecido ejército en la plaza de las Peñuelas, centro del barrio, agregose una chiquillería formidable. Eran los dos nietos de la Tía Gordita, los cuatro hijos de Ponce el buñolero, las del sacamuelas y otros muchos. Mayor variedad de aspecto y de fachas en la unidad de la inocencia picaresca no se ha visto jamás.

A mediodía pudo encontrar un pedazo de pan, un poco de queso y una botella de vino blanco en una taberna inmediata al camino. El dueño estaba en la guerra, la mujer gemía en la cama. La madre, una vieja algo sorda, rodeada de sus nietos, seguía desde la puerta este desfile de fugitivos que duraba tres días. «¿Por qué huyen, señor? dijo al caminante . La guerra sólo interesa á los soldados.

Fueron de la expedición los hijos, yernos, hijas, nueras y nietos de D. Acisclo, el cura, el médico, doña Luz, doña Manolita y Pepe Güeto, y otras varias personas. Los que no cupieron en los vehículos de ruedas, fueron a caballo o en burro. El P. Enrique llegó bien y fue recibido con vivas por aquella turba, en el andén de la estación. En el lugar fue un triunfo su entrada.

Yo necesito compañía, Marianela, y, claro, aunque quiero profundamente a todos mis nietos, siento cierta preferencia por Carlitos, porque es el que ha de perpetuar un gran apellido; es un Nuezvana, y con esto está dicho todo: Por otra parte ya se lo he dicho a Clotilde, una vez casados los muchachos, todas nuestras cuentas quedarían arregladas; todo se quedaría en casa, unidas para siempre las dos familias.