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La fuga de las mujeres para no verle partir; la dolorosa entereza de Carmen, que se esforzaba por mantenerse serena, acompañándole hasta la puerta; la curiosidad asombrada de los sobrinillos, todo irritaba al torero, arrogante y bravucón al ver llegada la hora del peligro. ¡Ni que me yevasen a la horca! ¡Vaya, hasta luego! Tranquiliá, que no pasará na.

A pesar de estos finos comentarios, hechos sin recato ni vergüenza delante de la misma Carmen, las de Rucanto recibían a Salvador con agasajo y blandura, considerándole «un buen partido». Delante de él halagaba doña Rebeca a la niña y ponderaba su crecimiento y donosura.

La pereza de ser desgraciado, de padecer, unida a la pereza del cuerpo que pedía a gritos colchones y sábanas calientes, entumecían el ánimo de don Víctor que no quería moverse, ni sentir, ni pensar, ni vivir siquiera. La actividad le horrorizaba.... ¡Oh, qué bien si se parase el tiempo!

¡Oh! ¡Es usted militar carlista! exclamó con vocecita dulce y sonriendo. ¡Cuánto me alegro de conocerle! ¡Pobrecito! ¡pobrecito! No dejó de sorprenderme aquella compasión tan prematura, cuando yo no había narrado en su presencia desgracia alguna, ni siquiera había abierto la boca. Señora, la alegría y el honor son míos pronuncié algo turbado.

No acierto a decidir qué lección moral pueda sacarse, ni qué tesis pueda probarse, en vista de los sucesos que he referido. Diré, pues, sencillamente, que cada cual saque la lección moral o pruebe la tesis que se le antoje, o no saque lección moral ni pruebe tesis alguna, con tal de que no se fastidie demasiado leyéndome. Mi cuñado el Excmo. Sr.

Temían que los salvajes estuvieran preparando algún furioso asalto nocturno. Aunque nada sospechoso se viera ni se oyera en la llanura, había muchos indicios de que los salvajes tramaban algún plan. Hacia el Mediodía habían visto muchas bandadas de aves salir volando de los bosques de eucaliptos y dirigirse hacia el Norte.

Suya era, pero era mía más que suya; y yo apenas la sentí en mi seno, me propuse con firme resolución que no fuese sino mía. Hasta donde alcanza mi memoria, desde que tengo uso de razón, en el libre abandono de los años primeros de mi vida, no me remuerde la conciencia de hurto, de estafa, ni de engaño o embuste para medrar.

Paquita no se ponía tasa en el vestir elegante, ni en el lujo de mesa, ni en el continuo zarandeo de bailes y reuniones, ni en los dispendiosos caprichos.

Resulta de esta disposicion tan diferente, que el Iténes presenta por todas partes sobre sus riberas un terreno muy conveniente para fundar aldeas estables y florecientes, miéntras que las orillas del Mamoré no dan lugar á establecimiento seguro de ninguna clase, ni aun se prestan siquiera para la agricultura: razon por la que todas las misiones del Mamoré ocupan tan solo las riberas de algunos tributarios laterales.

Sólo sonaba el agua de la fuente del jardincillo. Ni un leve soplo de viento interrumpía el sosiego de la noche y la serenidad del ambiente. Penetraban por la ventana el perfume de las flores y el resplandor de la luna. Al cabo de un largo rato, D. Luis apareció de nuevo, saliendo de la oscuridad. En su rostro se veía pintado el terror; algo de la desesperación de Judas.