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Visto de cerca don Pedro Nolasco y a la luz del día, me pareció mucho más grande y más feo que en la cocina de mi tío, a la luz de la fogata y del candil: mejor que de un ser racional, la piel de su cara, por su aspereza y por su color agrisado, parecía de coloso paquidermo; sus ojos reventones, resultaban verdes con ramajos encarnados; la cabeza descomunal, apenas le cabía entre los hombros hercúleos, y todo su conjunto, con lo grasiento del vestido que le envolvía, se destacaba brutalmente sobre las blanquísimas paredes del salón en que fuimos recibidos; salón viejo, eso , con suelo y viguetería de castaño casi negro, como los muebles que contenía; pero limpio todo y sobado hasta relucir, con algunas chucherías sobre la cómoda y en las paredes, que denunciaban la pulcritud y las delicadezas de una mujer como la que acababa de despedirse de nosotros en el crucero de los pasadizos.

En los días de oleaje, Frayburu desaparece como tragado por las espumas, y vuelve a surgir por instantes con su color negro, su piel de monstruo marino y la franja de meandros de plata que lo ribetea.

Era un individuo correctamente vestido de negro, de levita perfectamente abrochada y sombrero de copa, y llevaba bajo el brazo un bastón, cuya contera reluciente brillaba con los primeros rayos de luna que comenzaba a alzarse sobre el atrio de San Miguel. En el suelo y ante él, estaba un pequeño paquete y al lado el cajón de la basura, perteneciente a la casa en cuyo umbral se había detenido.

Arrodillado a sus pies estaba el abate, con las barbas fluviales tendidas sobre el negro delantero de su sotana. Todos los ojos iban hacia él: sólo la familia de La Boca seguía con mirada amorosa los movimientos de Monseñor al decir la misa.

Un domingo, cuando Morales, sentado en la orilla, terminaba de fumar un cigarro paraguayo, que hacía caer por las comisuras de sus labios dos chorros de zumo negro, Jaramillo se echó al río. Morales, por estar en alto, pudo ver algo obscuro y enorme que se deslizaba entre dos aguas con la velocidad de un torpedo, viniendo en ángulo recto al encuentro del nadador.

Por esto se desilusionó algo al ver aquella figura tosca de cura de pueblo, aquellas barbas mal rapadas y la abundancia de vello negro que parecía cultivado para formar cosecha.

Se desechó el uniforme y se convino en que vistiese frac negro y llevase colgada la medalla de concejal. Fijose por último el día: resultó un lunes. Desde mucho antes el traidor había deslizado en la conversación, hablando con D. Juan Estrada-Rosa, la especie de que Granate se jactaba de ser deseado y requerido por él para yerno.

Pero en ti no hay un misterio solo añadió el león negro . Ahora se te ha presentado la ocasión más preciosa para salir de tu miserable abandono, y la has rechazado.

Sería imposible calcular cuántos italianos pobres se salvan anualmente de perecer de hambre por la sopa y el pan que todos los días reciben en la puerta de todo monasterio capuchino. Basta decir que esta orden de hábito carmesí y de casquete negro es la más grande y sincera amiga que tiene la clase más necesitada y pobre.

Brackett, el viejo carcelero, que se sonríe conmigo y me saluda. ¿Por qué lo hace, madre? Se acuerda cuando eras muy chiquita, hija mía, respondió Ester. Ese viejo horrible, negro y feo, no debe sonreirme ni saludarme, dijo Perla. Que lo haga contigo, si quiere, porque estás vestida de color obscuro y llevas la letra escarlata.