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Era un hombre simpático, no muy limpio, de barba inculta, la nariz muy gruesa, personalidad negligente, terminada por arriba en una caballera de matorral, que debía de tener muy poco trato con los peines, y por abajo en anchas y muy usadas pantuflas de pana, que iba arrastrando por los ladrillos de la rebotica y laboratorio.

No dependía de la barba, ni de la nariz, ni de los ojos, ni de los cabellos, sino de la aciaga combinación que la naturaleza pérfidamente se propuso hacer con todos estos elementos. ¡Cuántos disgustos le había costado! Los ojos de Barragán quisieron sonreír y sonrieron en efecto, como si un buldog se hallase dotado de esta facultad. ¿Crees que la barba...? , hombre, . Quítatela.

Su carne tal vez resultaba un poco blanda, á causa de su maravillosa blancura, pero esparcía un perfume fresco, «olía á agua corriente», según la expresión de sus admiradores. Una nariz demasiado ancha, cuyas aletas se agitaban en momentos de emoción con un estremecimiento caballuno, recordaba á su glorioso ascendiente el viril cosaco de la zarina.

La forma de la cara, la estructura de la frente, el ojo, la nariz, la boca, las grandes líneas, los angulas huesosos, las protuberancias, el color mismo de la piel y aún la naturaleza del pelo, contienen mil revelaciones del carácter del hombre.

Colgose del cordón de la campanilla, pidió auxilio a sus criados y juró echarlos a todos, como a perros, si no encontraban la nariz. ¡Inútil amenaza! La nariz era más imposible de encontrar que la Cámara de 1816. Dos horas transcurrieron en medio de la agitación, el desorden y el ruido.

Y me contó el episodio del día. ¡Cuando yo decía que es una joven deliciosa! exclamé. Lacante arrugó la nariz y movió maliciosamente la cabeza. , dijo, deliciosa y dócil... Se ha comido animosamente su chuleta... pero... no ha tomado postre. ¿Qué dice usted de esto?... No he querido contrariarla y he hecho como que no lo observaba... Pero lo he visto y comprendido perfectamente.

Entre aquellas hormigas humanas habíalas de pocos años y buen palmito, risueñas unas y alborotadas con la boda, otras quejumbrosicas y encendidos los ojos de llorar, con la despedida. Media docena de maduras dueñas las autorizaban, sacando de entre el velo del manto la nariz, y girando a todas partes sus pupilas llenas de experiencia y malicia.

Cabalgó las gafas sobre la nariz el honrado alcalde, y después de releer, para mejor estimar los conceptos, la orden que dejamos copiada, se levantó bruscamente y dijo al alguacil, que era un mozo listo como una avispa: ¡Hola, Güerequeque! Que se preparen ahora mismo tus compañeros, que nos ha caído trabajo, y de lo fino.

Acertó un día Chinto a volver unas miajas más tarde de lo acostumbrado, y acercose a la cama de la tullida para vaciar sus faltriqueras, donde danzaban los cuartos de la colecta diaria. Encontrábase allí Amparo, y le dio al punto en la nariz un desusado tufillo.

En el uno creí ver, o más bien recordar, rasgos de la pintura que me había hecho Neluco del Gómez de Pomar casado en aquel mismo pueblo. Las señas del otro no coincidían en nada con las que yo conocía del hermano soltero. Era todavía más innoble su cara que la de éste y más repulsivo el conjunto de su persona: tenía un chirlo en la nariz, que se la dividía casi por mitad, y un ojo medio borrado.