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Jacinta no quería que se le quedara en el alma una idea que tenía, y a la primera ocasión la echó fuera de . «¡Pobres mujeres! exclamó . Siempre la peor parte para ellas».

Mauricia aprovechaba el silencio de la sala de labores para lanzar en medio de ella un gato con una chocolatera amarrada a la cola, o hacer cualquier otro disparate más propio de chiquillos que de mujeres formales.

Pero, en el día, ni las boticas ni las tabernas han acabado, y todo lugar, por pequeño que sea, pulula, hierve en casinos. Cada bandería, cada matiz político tiene el suyo. Hay casino conservador, casino radical, casino carlista, casino socialista y casino republicano. Las infelices mujeres se quedan solas. ¡No cómo hay mujer que sea liberal!

Ya vería ella qué marido tenía, qué ser superior, qué persona tan extraordinaria. Hay una moral gruesa, la que comprende todo el mundo, incluso los niños y las mujeres. Hay otra moral fina, exquisita, inapreciable para el vulgo: es la que sólo pueden gustar los paladares muy sensibles... Vamos allá. «Preparémonos a oír tus papas» dijo ella.

Sus alhajas, de un valor sólido é intrínseco, sin añagazas de artífice, tenían cierto aire de familia, algo así como un perfume imaginario que hacía reconocerse á las mujeres que las ostentaban.

Ha salido dijo doña Clara fijando su mirada tranquila y profunda en Quevedo ; ha salido á las ocho sin decirme á dónde iba... ¿Y no le habéis preguntado? Yo jamás pediré cuentas de nada á mi marido. Sois la perla de las mujeres. ¿Pero no ha indicado al menos?...

Dado el grito de alarma, toda la aldea, moriscos y cristianos, chicos y grandes, hombres y mujeres, corrieron al puente, y bajaron en todo lo largo de la orilla, cuál con hachas encendidas, cuál con cuerdas, cuál con tablas, y todos con voluntad de arriesgar su vida a trueque de salvar a la infeliz María.

Y fue muy notable lo que se reparó comunmente, que ni en la ejecución de las sentencias, ni en el camino, siendo tan natural la compasión en quien mira padecer, de quien no se halla ofendido y más en mujeres y con mujeres y de pocos años, no se escuchó una voz de lástima, como sucede a cada paso cuando se lleva a la horca un malhechor.

Sus hijas, que eran casi unas mujeres y llamaban la atención por su belleza picaresca y su desenfado, abandonaron el caserón paterno que tenía mil dueños, ya que se lo disputaban todos los acreedores del de San Dionisio, y fueron a vivir con su santa tía doña Elvira.

El, por su parte, llegó á creer que vivía á la vez con varias mujeres, lo mismo que un personaje oriental. Freya, al multiplicarse, no hacía mas que girar sobre misma, mostrándole una nueva faceta de su pasada existencia.