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Leonora sentíase intimidada por aquel señor alto, robusto, de barba patriarcal el tipo de los reyes bondadosos de las leyendas, que orgulloso de mostrar cierto verdor a sus años, no temía presentarse en público con la hermosa artista.

Nela, compañera mía, si fuese verdad, si Dios quisiera tener piedad de y me concediera el placer de verte.... Aunque sólo durara un día mi vista, aunque volviera a cegar al siguiente, ¡cuánto se lo agradecería! La Nela no decía nada. Después de mostrar exaltada alegría, meditaba con los ojos fijos en el suelo.

6. ¿Qué es el precio de los mejores sombreros que se hacen en el Ecuador? 7. ¿De qué depende el valor de un sombrero de jipijapa? 8. ¿Cómo se podía mostrar la flexibilidad de los sombreros más finos? 9. ¿Cómo se llama la materia prima de que se hacen los sombreros? 10. ¿Dónde crece esta planta? 11. ¿Cuáles son las cualidades de la toquilla?

Después de tales palabras no juzgó prudente Elena seguir la conversación, limitándose á mostrar una triste conformidad. ¡Si á usted le da miedo seguir aquí!... Esta tristeza conmovió á Sebastiana. Yo con gusto me quedaría; la señora me es simpática y no me ha hecho nunca daño... Pero la gente es como es, y yo ¡pobre de ! no voy á pelearme con todas las mujeres de la Presa.

No le faltaba nada, ni el mantón de Manila, ni el pañuelo de seda en la cabeza, empingorotado como una graciosa mitra, ni el vestido negro de gran cola y alto por delante para mostrar un calzado maravilloso, ni los ricos anillos, entre los cuales descollaba la indispensable haba de mar.

Ricardo, no seas curioso..., anda..., vámonos. El Menino no está aquí. La niña se sentía turbada por la atención del joven. Todas las mujeres bien nacidas tienen el pudor de su cuarto, si vale la frase; porque hay siempre en él como impregnado algo de lo íntimo de su alma y de su cuerpo que repugna mostrar a un hombre.

Y al cabo para mostrar mejor que no la tenía y para lograr que acabasen aquellos obstinados galanteos, concertó con la Reina el medio que le pareció más prudente. Doña Sol no podía escribir decorosamente a ninguno de los dos galanes ni para despedirlos siquiera.

Se creía estar oyendo a la persona que imitaba. Pero sólo en el seno de la confianza le gustaba mostrar esta habilidad. Algunas veces, cuando estaba de humor, inventaba una recepción palaciega. Hacía sentar a Clementina en un trono que armaba rápidamente en medio de la sala. Los ministros, los altos personajes de la política desfilaban por delante de la reina y pronunciaba cada cual su discurso.

Recordaba otras catedrales famosas, aisladas, en lugar preeminente, presentando libres todos sus costados, con el orgullo de su belleza, y las comparaba con la de Toledo, la iglesia-madre española, ahogada por el oleaje de apretados edificios que la rodean y parecen caer sobre sus flancos, adhiriéndose a ellos, sin dejarla mostrar sus galas exteriores más que en el reducido espacio de las callejuelas que la oprimen.

Era Pedro de Vesín, que entraba. El fiscal se aproximó sonriente á miss Maud y le besó la mano. Saludó al gracioso grupo de mujeres y apoyándose en la chimenea, dijo: El cuadro que se acaba de trazar es halagüeño, pero tiene un reverso que es preciso mostrar. En la carrera artística, como en las demás, entra por mucho la suerte.