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Doña Sol escuchaba, intensamente pálida, con los labios apretados por el terror y en los ojos el extraño brillo que acompañaba a sus misteriosos pensamientos. Gallardo contraía el rostro, molestado por este relato feroz. Ca uno sabe su ofisio, señó Juan dijo el Plumitas, como si adivinase lo que pensaba . Los dos vivimos de matá: usté mata toros y yo personas.

Estaba cubierto con una manta de mujer, lo cual impedía observar lo que en él se guardaba, aunque bien se presumía. Desde Moisés, los canastillos misteriosos parecen destinados a guardar infantes. El rebozado, ya desarrebozado, tiró tres veces del cordón de la campana, y al instante, desde arriba, abrieron por medio de otra cuerda.

En cuanto al pago; la ciudad estaba orgullosa de su millonario. Ni en el Banco de España había la formalidad y la confianza que en su casa. Nada de empleados ni mesas; todo a la pata llana; pero ya se podían pedir miles de duros que, como él quisiera, no tenía más que meterse en su alcoba, y de misteriosos escondrijos sacaba cada fajo de billetes que metía miedo.

No pude dejar de abrigar fuertes sospechas de que Melandrini, cuyos movimientos eran tan misteriosos y llenos de recelo, debía haber tenido alguna parte en el robo hecho a Blair de esa pequeña y curiosa bolsita que me había legado en su testamento. Esta era una extraña fantasía que me había forjado, pero que, a pesar de todos los esfuerzos que hacía, no podía desechar de mi mente.

Se hizo la obscuridad; una obscuridad poblada de suspiros y misteriosos rumores. Una hora después, cuando el silencio era absoluto, sonó quedamente la voz de Freya. Recapitulaba lo que no se habían dicho, pero que los dos pensaban á la vez. La doctora cree que debes quedarte. Deja que tu buque se marche con ese fauno feo que sólo sirve de estorbo.

Después de enfervorizarse con esta membranza sentimental y preciosa, Salvador discurría amorosamente sobre el porvenir de su protegida. El nada sabía de los misteriosos terrores que la niña le había inspirado la sola idea de que doña Rebeca la llevase de la mano camino adelante, ni mucho menos sospechaba las torturas que la pobre criatura padecía en poder de los de Rucanto.

Cuando las sombras de la noche se extendían sobre Sevilla en aquellos tiempos de la Inquisición y de los monarcas absolutos, era preciso ser hombre de más de mediano valor para atreverse á recorrer solo las calles, la mayoría de las cuales eran estrechas, tortuosas y en las que abundaban las lóbregas travesías, las encrucijadas sombrías y los rincones misteriosos y los pesados arquillos de feísimo aspecto.

Esto me sucede también en mis horas de recogimiento místico; en mis meditaciones siento como un fuego dentro del corazón, cuya llama no puede salir del pecho; verdaderamente, Dios no necesita de mis palabras para comprender mis intenciones, pero yo desearía que el fuego que pugna por salir del pecho convertido en palabras, se deslizara poco a poco por mi boca en cantos de alabanzas, en acciones de gracias, en himnos y oraciones; y que después pudieran escribirse, para que por siempre fuera su gloria ensalzada como yo lo deseo en los misteriosos secretos de mi corazón.

Este entró y salió aquel día muchas veces. En fin: que había cuchicheos misteriosos en la casa que nada bueno auguraban. No participé de sus temores. Gracias a esta solemne promesa se tranquilizó, y pudimos gozar de las dos horas que la generosidad de doña Tula nos otorgaba. En la mañana del otro día hice un ensayo general de la lectura poética.

Su ahijado se lo imaginaba á todas horas con una corona de laurel en las sienes, lo mismo que aquellos poetas misteriosos y ciegos cuyos retratos y bustos ornaban la biblioteca. Veía perfectamente su cabeza limpia de tal adorno, pero la realidad perdía todo valor ante la firmeza de sus concepciones. Su padrino debía llevar corona cuando él no estaba presente.