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El doctor Sarmiento dice que no tiene remedio; pero que la cosa va larga; vivirá así, tullida, más o menos, pero que eso de sanar, sólo por milagro.... Pero mira, mira, tengo mucha fe en la Santísima Virgen. Entra, Rorró, entra. La pobre Carmen se va a poner tan contenta.

A la semana siguiente, un día que Martín se ha encerrado en su despacho Gertrudis se arma de valor y dice: Mira, Juan; es una locura que estemos atormentándonos de este modo. Dejemos dormir esa tonta historia. ¡Si fuera tan fácil hacer como decir! exclama él con expresión melancólica. Ella lanza una alegre carcajada, y él ríe también. En realidad es muy fácil.

Los jóvenes no responden, y Martín toma su silencio por una aquiescencia. Bueno, vamos. Se levanta. Gertrudis se despereza con semblante aburrido, mira a Juan con vacilación; después dice meneando la cabeza. No tengo ganas. ¿Qué es eso? exclama Martín completamente atónito. ¿Desde cuándo no tienes ganas de bailar? ¿Todavía estáis reñidos, eh? Juan se ríe levemente, y Gertrudis vuelve la cabeza.

En efecto, es tan particular la forma de ese gigantesco peñasco, y concurre de tal modo á multiplicar el efecto la configuracion que tiene allí el estrecho y la del golfo de Algecíras, que mientras mas se mira la mole y mas se acerca uno, ménos se comprende su verdadera posición.

Y si bien se mira, hasta los ediles de otros tiempos no solían ser desinteresados cuando se descolgaban con ellas, porque, ó se parecían á aquel señor Robres del epigrama, que hizo á los pobres antes de hacer el hospital, ó bien derrochaban el dinero para satisfacer la ambición, ganándose el favor de la muchedumbre y comprando sus votos.

No era ya hora de visitar el convento; lo dejamos para el día siguiente. Pasamos, sin embargo, por delante de él cogidos del brazo. Era un edificio grande y vetusto, con dos torres almenadas, que había sido palacio o casa solariega de un título y estaba situado en una plazoleta con árboles. Mira me dijo mi esposa con enternecimiento : ¿ves aquellas dos ventanitas de la torre?

10 El hechizo de Sevilla, de D. Ambrosio de Arce. 11 Enmendar yerros de amor, de D. Francisco Jiménez de Cisneros. 12 El cerco de Tagarete, burlesca, con su entremés, de Bernardo de Quirós. 1 El mejor par de los doce, de D. Juan de Matos Fragoso y D. Agustín Moreto. 2 La mesonera del cielo, del Dr. Mira de Mescua. 3 La milagrosa elección de Pío V, de D. Agustín Moreto.

Su ama le leyó la cartilla el primer día, diciéndole: «Mira, si algún sujeto que no conoces, por ejemplo, un señorito flaco, de mal color, así un poco alborotado, te pregunta en la calle si vivo yo aquí, dices que no. No abras nunca la puerta a ninguna persona que no sea de casa.

Toma y lee dice, ceñudo, Apolonio, alargando despectivamente a Belarmino, como si fuese su sentencia de muerte, el telegrama que acaba de recibir. Después de haber leído el telegrama de Apolonio, Belarmino saca de la chaqueta otro telegrama, que entrega a Apolonio. Luego abre los brazos, mira al firmamento, y suspira: Toma y lee. ¡Bendito sea Dios!

El juicioso plantea la cuestion de un modo que le parece muy natural y sencillo, el caviloso la mira de una manera diferente; diríase que son dos hombres de los cuales el uno padece una especie de estrabismo intelectual que desconcierta y confunde al que ve y mira bien. Este defecto intelectual suelo nacer de una causa moral.