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Los miembros de la familia cuatro personas solamente estaban sentados alrededor de la mesa, en el salón de sombrío artesonado. Tenían por delante el postre del domingo, compuesto de avellanas verdes, de manzanas y peras, bien adornadas de hojas por la mano de Nancy, antes de que las campanas de la iglesia llamaran al oficio.

«Hija de mi alma, ya te hemos perdonado» murmuró a manera de rezo, al dar los primeros pasos. En el centro había una mesa, sobre la cual dejó la señora la lámpara.

Perezosamente apoyado en los umbrales de la puerta, el Príncipe silbaba aguardando la hora de comer. El fuego era más vivo que nunca y la señora Princetot, preocupada con sus cacerolas, ni siquiera levantó los ojos al entrar Delaberge. La delgadísima criada, sentada ante la mesa, preparaba displicentemente una ensalada. ¿No ha traído nada el cartero? preguntó el inspector general.

Apoya pensativa su rostro en las dos manos, mientras que con un movimiento de vaivén balancea sus codos sobre las rodillas. ¿Y qué te pasa por la cabeza en este momento? pregunta Juan. Ella se pone colorada y se levanta vivamente. ¿A que no me pillas? grita parapetándose detrás de la mesa. Pero, cuando él va a perseguirla, ella se adelanta tranquilamente. ¡Deja!... vamos a hacer algo.

Señores gritó con voz cascada el Marqués, un poco de sosiego. Galarza, no tiene usted derecho a irritarse. Creo que en el momento que acepta el duelo, hace bastante y atenúa por completo el sentido de sus palabras, hijas de la irritación natural en que se encuentra... Gonzalo estuvo por dejar caer la mesa, que tenía delante, sobre el necio conciliador.

El P. Jacinto leyó la carta que le entregó D. Fadrique. Luego sacó éste del bolsillo un paquete de papeles. Le puso sobre la mesa y dijo: Aquí están los papeles todos que se requieren para formalizar la donación, la cual deseo que se lleve á feliz término por medio de V.

Lo que allí se dijera había de trascender muy lejos, que para eso había periodistas a la mesa; y era de necesidad, por tanto, que las palabras salieran pesadas y medidas de la boca de los oradores.

Entonces Rosalía, como para impedirle la molestia de ir a la mesa, le quitó de las manos el cajoncillo, y en el breve tiempo que empleara para colocarlo en su sitio, supo introducir los papeluchos que, cuando se pasase revista de presente, debían responder por los que se habían ido a otra parte.

Pero no pudo continuar. Miguel la interrumpió con un gesto rotundo de negativa. Era inútil cuanto dijese. Se indignaba solamente ante la suposición de que le vieran sentado á la mesa verde jugando un dinero que no era suyo y teniendo á Alicia á sus espaldas. Además, estaba seguro de perder. La duquesa se separó de él apresuradamente.

Ojeda ocupaba una mesa con Mrs. Power y el matrimonio Lowe. No sabía con certeza si era él o su amigo el yanqui el autor de la invitación, pero ésta había interpretado los deseos de Maud, que pareció transformarse al tomar asiento en un diván del café. Bebieron fuerte los tres compañeros de Ojeda. Mrs. Power tenía los ojos levemente lacrimosos.