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Después de la anterior manifestación de mi amigo, continuamos el paseo sin hablar más acerca de la ermita y el cocal de las Angustias. Volvimos al pueblo, y al día siguiente muy de madrugada me encaminé á la ermita, encontrando en ella á un matrimonio indio que la cuidaba. Abre dije en tagalo á la mujer que se había adelantado á mi llegada.

La mujer artista, la triunfante mujer que se exhibe ante un público en medio de artístico artificio, es secretamente amada con un deseo delirante. Las heroínas de comedia, los astros de folies bergères han inspirado enormes pasiones y sus enamorados han llegado hasta el matrimonio, saltando por todos los obstáculos sociales y resignándose a no hallar ningún obstáculo en la noche nupcial.

Se parecían a los aventureros de vida novelesca y obscura que en nuestros tiempos viven en las minas del África del Sur, en las praderas de Australia, en el Oeste de los Estados Unidos o en las pampas de la Argentina, vagabundos cuya verdadera nacionalidad se ignora, que llevan con ellos un ensueño, una energía latente, y se introducen por medio del matrimonio en familias poderosas que les ayudan, acabando por triunfar.

Pues cuando se supo la aceptación del duque de Tornos, se le destinó el cuarto entero del matrimonio joven. Este bajó de nuevo a ocupar sus antiguas habitaciones. Arreglóse aún mejor de lo que estaba, y eso que estaba bien, pues Venturita había exagerado el lujo de la decoración. Pronto y con poco esfuerzo quedó convertido en una mansión digna del personaje que iba a albergar.

Pero, ¿y tus proyectos de matrimonio? le preguntó.

¡Gran Dios! hacia los polos eso debe de ser un ideal... No respondió el notario sonriendo por mi ardor. En los países muy fríos las dificultades de la vida son tales y los rigores del clima tan implacables, que la gente se casa con entusiasmo por motivos opuestos a los que hacen de los meridionales celosos partidarios del matrimonio.

Os pregunto, querida, si tenéis la simpleza de tomar en serio las viejas rutinas sociales, las tontas convenciones de nuestros padres... ¡y en especial el matrimonio! ¿A dónde vamos a parar, amado Julio?

Véalo usted allí, levante los ojos y pida usted perdón al autor de mis días... ¡marido depravado y perverso! Y Pollion caía fulminado por los anatemas. Así habían pasado los días del primer matrimonio de mi tío.

Su marido la espera en Río Janeiro; tiene no qué negocios en el interior del Brasil... Y varias muchachas alemanas que van a casarse a América sin conocer a sus novios. El matrimonio, según parece, se arregla por cartas y retratos.

En tanto que su imaginación sobreexcitada la miraba regresar así al antiguo hechizo inquietante, no se preguntó una vez siquiera si era un bien o un mal su casamiento con ella. Por el contrario, perdido en las presentes conjeturas, experimentaba la inconfesable satisfacción de que este matrimonio era ya, de todos modos, un hecho consumado.