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Marta y las de Ferraz también asistieron alguna vez al espectáculo, de tapadillo, corriendo y jugueteando por aquellos pasillos y corredores estrechos y sucios, entre telones y trampas; pero en general preferían lucirse en el palco de la Empresa, de Emma, que estaba al lado de la presidencia.

Por un descuido deplorable, Marta, al darle de comer y colocarlo al aire libre en la galería para que se alegrara con la perspectiva de la huerta y el canto de los otros pájaros, había dejado abierta la puerta de la jaula.

Id en seguida a hablar con la condesa; tal vez, Marta, no se muestre tan terrible como creéis. Ten valor, Elena, no llores así dijo la viuda a la joven atemorizada . Yo soy la única causante de esto; yo sola soportaré las consecuencias de mi fatal imprudencia. ¡Ah, no, no! exclamó Elena . Sois inocente. Se lo diré a mi madre. Si quiere vengarse de lo que ha pasado, que sea sólo en .

Marta, ¿lo oyes? ¡Desear tu muerte! ¿A quién has ofendido nunca? ¿A quién has estorbado nunca? ¿Hay alguien en el mundo a quien hayas demostrado otra cosa que afecto e indulgencia?... Si eso fuera verdad, si pudiera haber, paseándose impunemente por la tierra, un ser tan infame, ¡vaya! sería como para desesperar de Dios y del destino.

Körner se había puesto en pie, y sus manos, aplaudiendo, sonaban como batanes; Marta aplaudía también, con gran asombro de las damas indígenas, que creían privilegio de su sexo la impasibilidad ante el arte, y hubieran reputado, por unanimidad, indigno de una señora recatada batir palmas ante una cómica; ni más ni menos que creían una abdicación del sexo levantarse en visita para saludar o despedir a un caballero.

Asegúrase que en cierto tiempo fué habitado por una serpiente, tan enemiga del linaje humano, como la que fué causa de que nuestros primeros padres fuesen expulsados del Paraíso. Santa Marta le dió al fin muerte en virtud de sus oraciones, y ahogándola con su cinturón.

Necesité mucho tiempo para descifrar tan sólo el título: leía Ifigenia. Entonces, con un brusco movimiento de espanto, arrojé el libro lejos de , a un rincón, como si hubiera tenido en mi mano un carbón encendido. Al anochecer los dolores de Marta parecieron acentuarse. Repetidas veces lanzó un grito estridente, retorciéndose en convulsiones.

El joven marqués no pudo hacer estas observaciones, porque marchaba atento solamente a no caerse. Entraron en un desván, débilmente esclarecido aquí y allá por algunos delgadísimos rayos de sol, que por los intersticios de las rejas se colaban. Después de caminar un rato, Marta soltó la mano, diciendo: Aguarda ahí; voy a abrir la ventana.

Me parece que debe de estar en la habitación de la señora. Se encaminó hacia allá. A la puerta misma del cuarto de doña Gertrudis encontró a Marta, que salía de evacuar sin duda algún encargo de su madre. La niña, que aun llevaba el geranio rojo en el pelo, así que le vio dirigiole una sonrisa dulce, con señales de hallarse avergonzada. ¿Estás enfadada todavía, Martita? le preguntó en voz baja.

Se acercó a la cama, escuchó un instante la respiración apacible de Marta y en seguida me dijo en voz baja: Ven, Olga. Estás cansada; tomarás algo y después irás a descansar. Quise protestar, pues temía mucho encontrarme sola con él, pero, para no despertar a mi hermana que dormía, lo seguí sin decir una palabra.