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3.º Lo mismo, aunque con menos puntualidad, testifican Gregorio Solis, Marcelo Silva, el cadete D. Juan Henriques, Francisco Aguto capitan de Amigos, de la reduccion de Calle-calle, el lengua general D. Juan de Castro, Casimiro Mena, Baltazar Ramirez: y el Reverendo Padre lector Fr.

Pero tal como han resultado aquí las cosas y puesto yo a considerar que estoy a dos dedos de morirme... ¡ay, Marcelo, qué pinturas se me ponen delante de los ojos!

¿Quiere usted tener la bondad de empezar?... dijo suavemente al oficial lejano . Con mucho gusto le comunico la orden. Sintió don Marcelo un ligero temblor nervioso junto á una de sus piernas. Era Lacour, inquieto por la novedad. Iba á iniciarse el fuego; iba ocurrir algo que no había visto nunca.

Al verlas salir juntas hacia Saint-Honorée d'Eylau, don Marcelo se indignaba algunas veces. Están jugando con Dios... Esto no es serio. ¿Cómo puede atender unas oraciones tan contrarias?... ¡Ah, las mujeres! Y con la superstición que despierta el peligro, creía que su cuñada causaba un grave mal á su hijo.

La bandera con la cruz roja ya no podía engañar á los artilleros enemigos. Don Marcelo no tuvo tiempo para reponerse de su sorpresa: una segunda explosión más cerca de la tapia... una tercera en el interior del parque. Le pareció que había saltado de repente á otro mundo.

Don Marcelo experimentó de pronto la tristeza y la desorientación de estos militares. Tampoco él comprendía. Vió lo inmediato, lo que todos podían ver: el territorio invadido sin que los alemanes encontrasen una resistencia tenaz; departamentos enteros, ciudades, pueblos, muchedumbres quedando en poder del enemigo á espaldas de un ejército que retrocedía incesantemente.

Todo lo de Alemania, un monumento, una estación de ferrocarril, un simple objeto de comedor, daba lugar á comparaciones gloriosas: «En Francia no tienen ustedes eso.» «Indudablemente, en América no habrán ustedes visto nada semejanteDon Marcelo se marchó, fatigado de tanta protección. Su esposa y su hija se habían resistido á aceptar que la elegancia de Berlín fuese superior á la de París.

Debían irse á Biarritz ó á las estaciones veraniegas del Norte de España. Casi todas las familias sudamericanas habían salido en la misma dirección. Doña Luisa intentó oponerse: le era imposible partir sin su esposo. En tantos años de matrimonio no se habían separado una sola vez. Pero la hosca negativa de don Marcelo cortó sus protestas. El se quedaba.

Se necesitaba un esfuerzo inmenso para hacer desaparecer tanto muerto. «Vamos á morir después de la victoria pensó don Marcelo . La peste va á cebarse en nosotrosEl agua de los arroyos no se había librado de este contagio. La sed le hizo beber en una laguna, y al levantar la cabeza vió unas piernas verdes que emergían de la superficie líquida, hundiendo sus botas en el barro de la orilla.

Quedoles el convencimiento de que en el mundo había algo que les era común y propio por igual, algo que todo lo perturba y equipara: el Dolor, deidad suprema que puede sembrar la duda en el espíritu del creyente y hacer que brote la esperanza en el pensamiento del incrédulo; pero alejado el peligro renació en su corazón la intransigencia, y ni Luciano atribuyó poder a su oración, ni Marcelo creyó en la eficacia del remedio.