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Su traje es ampuloso, muy bien ceñido, muy alto y de telas en que se mezclan siempre los colores vivos, sobre todo el rojo y amarillo; su tocado sencillo y elegante; y su pecho turgente y de vigorosa palpitacion resalta con la negra pañoleta de terciopelo ó raso, ó la ligera mantilla que se enrolla en parte sobre el redondo brazo.

Necesitaba tener una criatura a quien reprender y enseñar por los procedimientos suyos. Púsose la mantilla doña Lupe, y tía y sobrino salieron. La primera se quedó en la calle de Arango, y el segundo se fue a comprar la hucha y tornó a su casa.

Les he visto cambiar una poncha, ó mantilla de pieles de zorras pequeñas, tan finas y hermosas como las de armiño, de cinco á siete pesos cada una, por cuatro hilos, ú órdenes de cuentas, que no valian mas de cuatro peniques, ó poco mas de real y medio de España de vellon.

Era su marcha una enrevesada peregrinación por las calles, deteniéndose ante las puertas cerradas; un aldabonazo aquí, tres y repique más allá, y siempre, á continuación, el grito estridente y agudo, que parecía imposible pudiese surgir de su pobre y raso pecho: «¡La lleeetJarro en mano bajaba la criada desgreñada, en chancleta, con los ojos hinchados, á recibir la leche, ó la vieja portera, todavía con la mantilla que se había puesto para ir á la misa del alba.

Sobre la consola había un santo bajo fanal, dos floreros de loza con ramos de mano y varias fotografías; el retrato de la condesa con galas de baile, haciendo pareja a éste el de Cristeta en traje de teatro, el del conde a caballo y, por último, los de Manolo e Inés, él con capa y ella con mantilla de casco.

Pasaban rozando la verja algunas mujeres con la cabeza baja y la mantilla sobre los ojos. En las baldosas de la acera sonaban las muletas de un cojo, y más allá de la torre, bajo el gran arco que pone en comunicación el palacio del arzobispo con la catedral, reuníanse los mendigos para tomar sitio en la puerta del claustro. Devotas y pordioseros se conocían.

Llegada la tarde del domingo, se fue Miguel a los Campos y entró en la plaza, que ya estaba más que mediada de gente, casi toda de categoría: los lidiadores pertenecían en su mayor parte a la aristocracia. Había en los palcos una muchedumbre de niñas bonitas, ostentando la blanca mantilla de encaje y la peineta: los tendidos de madera estaban poblados de caballeros elegantemente vestidos.

De cada veinte se puede afirmar que una, a lo más, y no es mucho, suele encomendarse al diablo para que la vista y la peine, por donde aparece en los Jardines hecha una tarasca; pero las otras diez y nueve van como Dios manda; unas de mantilla, otras de sombrero, y no pocas son muy guapas, sea como sea lo que lleven.

Oyéronse en la sala fuertes murmullos por algunos instantes, y un marinero contestó después muy recio: Quince hombres y veinte mujeres. Enestonces, debe haber en la mantilla ... veinte y diez, treinta, y cinco, treinta y cinco.... Treinta y cinco riales ... menos treinta y cinco chavos. Cabales....

No gastaba sombrero ni mantilla, pero el mantón alfombrado que cubría sus hombros era riquísimo; el vestido, de seda pura; en los dedos y en las muñecas sortijas y brazaletes de valor y en las orejas dos orlas de brillantes con zafiro en el medio; todo lo cual pregonaba que, si D.ª Rafaela no vestía de señora, no era seguramente por falta de dinero.