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Una idea era lo que yo necesitaba, y más que una idea, valor, , valor para lanzarme... De repente noté que aquel valor tan deseado entraba en , pero un valor tremendo, como el de los soldados cuando se arrojan sobre los cañones enemigos... Trinqué la mantilla y me eché a la calle. Ya estaba decidida, y no crean, alegre como unas Pascuas, porque sabía lo que tenía que hacer.

Maximiliano contempló un rato el grupo fotográfico de las chicas de Samaniego, Aurora y Olimpia, con mantilla blanca, enlazados los brazos, la una muy adusta, la otra sentimental. ¿Por qué miraba aquello? Su turbación le llevaba a colgar las miradas aquí y allí, prendiendo el espíritu en cualquier objeto, aunque fueran las cabezas de los clavos que sostenían los retratos.

La veía con el rosario al puño, la silla de tijera al brazo y la mantilla sobre los ojos, como cuando pasaba por frente a su puerta saludando a su madre, la cual decía con aire protector: Esa doña Pepa es muy buena; un alma de Dios... La única persona decente de su familia. ; quien es; la conozco, dijo Rafael. Pues esa señora extranjera continuó don Andrés es sobrina de doña Pepa.

Y observando que completaba también la toilette de luto de la duquesa una mantilla española, exclamó muy alborozada: ¡Mujer, hemos tenido la misma idea!... ¡Qué delicia!... Les grands esprits se rencontrent... Para representar a España, no se podía ir de otra manera... Lo que siento es no haber pensado en el abanico...

No es extraño dijo Rafael que se muera por España y por las españolas aquel inglés que veis allí enfrente y cuya cabeza descuella sobre todas las plantas del macetero. ¡Qué mal gusto! contestó Eloísa con un gesto de desdén. Dice continuó Rafael que no hay cosa más bonita en el mundo que una española con su mantilla, que es el traje que más favor les hace.

Pero si me diese, ¡ya lo creo que me compraría un tronco igual! Y al mismo tiempo se volvió un poco, con media sonrisa, hacia el duque, que dejó escapar un gruñido corroborante, pasando con su peculiar movimiento de boca el cigarro al lado contrario. Pues son muy lindas para ir a los toros. ¡Y que no estaría bien la señorita con su mantilla blanca guiando!

El muchacho estudiaba y quería cumplir con su deber; pero no podía ir más allá de sus alcances. Doña Lupe le ayudaba a estudiar las lecciones, animábale en sus desfallecimientos, y cuando le veía apurado y temeroso por la proximidad de los exámenes, se ponía la mantilla y se iba a hablar con los profesores. Tales cosas les decía, que el chico pasaba, aunque con malas notas.

No había visto el Conde la cara de ninguna de aquellas dos mujeres. El traje de ellas nada tenía de notable para ojos vulgares y profanos. La una vestía de ligera seda negra y la otra un traje obscuro de pobre percal; las dos iban de mantilla.

La consabida mujer le salió al encuentro, después de haber tendido otra vez en el suelo su mantilla, y aceptó con cierta solemnidad la jarra y el vaso que el marinero le ofreció; en seguida colocó éste el pan y el queso sobre la mantilla, y sacó del bolsillo una navaja; calló de repente la concurrencia, lanzó el quinto gemido la mujer del glorificado, relamiéronse con fruición sus tres hijos, y la que tenía la jarra llenó con admirable pulso, hasta los bordes, el primer vaso de aguardiente.

En esto salía ya del gabinete la bella convidadora; habíase secado el manantial de sus lágrimas. Adiós, y no falte usted a la noche dijo misteriosamente una voz penetrante y agitada. Descuide usted; dentro de medía hora enviaré a Pepe respondió una voz ronca y mal segura. Bajó los ojos la belleza, compuso sus blondos cabellos, arregló su mantilla, y salió precipitadamente.