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No, no es un lodazal; porque y yo y otras muchas somos Madrid y, gracias a Dios, no somos lodazales... Di más bien que en Madrid hay un lodazal, que puede perfectamente evitarse andando con la ropa un poquito recogida... Pero, sin duda, es el maldito lodazal de agua de colonia, y como huele bien, a pocos veo que les repugne zambullirse dentro. Pero mi casa no está en ese lodazal, María.

Maldito lo que eso importa. Joven o no, me basto y me sobro para el caso dijo con burlona risa. ¿Cómo está su prisionero? ¿El Rey? Su prisionero, digo. ¡Ah, ! Había olvidado los deseos de Vuestra Majestad. Pues el preso vive todavía. Dejó su asiento, le imité y sonriéndose dijo: ¿Y qué tal la bella Princesa?

Me miró como asustado, parpadeó el ojo que quedaba sin vidrio y me dijo, como alelado: ¡Vaya, gracias... amigo vigilante!... ¡Voy a traerle el vuelto... porque, como comprenderá, no tengo cambio y, después, el enano ese que me persigue, ¿sabe?, puede ser que sople en su caracol, y entonces, aunque haya baile me va a comenzar la picazón de la nariz, y no voy a poder ir al Banco, porque lo cierran de miedo al enjambre de hormigas que acompañan al maldito enano ese!...

«¡Unos tanto y otros tan poco! pensaba . Hay quien está como yo y quien regala a la querida caballos rusos, y quien, como ese maldito, amuebla casa para una sola cita... No ha puesto más que un gabinete; pero para el caso es igual

Uno se había pintado rayas en el rostro, otro anteojos, aquél bigotes, cejas y patillas con tan mala maña, que toda la cara parecía revuelta en heces de tintero. Los pequeñuelos no parecían pertenecer a la raza humana, y con aquel maldito tizne extendido y resobado por la cara y las manos semejaban micos, diablillos o engendros infernales.

Esto me vuelve loca. ¡Maldita sea la necesidad, que no es otra cosa sino lo que antes se llamaba el Diablo! La decencia del vestir, la delicadeza en el comer, el aseo y las comodidades, que son tan necesarias a ciertas personas como el aire y la luz, nos matan el alma... ¡Que venga Dios en persona a sacarme de este círculo maldito!

El diputado, tras breve indecisión, siguió adelante, desalentado, cabizbajo, sin fijarse en el viejo que había vuelto a colocarse a su lado. ¡Ah, el maldito! ¡Qué bien había sabido herirle!

Cuando hayamos cambiado de disposición le largaremos una andanada. ¡Que Dios me ayude!... el levante cede... ¡Ah! ¡por la Virgen! ¡será una hermosa fiesta para el pueblo de Cádiz verte entrar con hierros en las manos y en los pies, con tu tripulación de demonios, perro maldito! decía el honrado Massareo mostrando el puño a la tartana desamparada, silenciosa y sombría, que se balanceaba al movimiento de las olas.

Por los Dioses celestiales, que no lo , dixo el soldado, ni me importa; mi oficio es matar ó que me maten para ganar mi vida: servir aquí ó allí, es para todo uno; y aun puede ser que me pase mañana al campo de los Indios, que dicen que dan á los soldados cerca de media-dracma de cobre al dia mas que en este maldito servicio de Persia. Si quereis saber porque pelean, hablad con mi capitan.

Cuando se tiene una posición así, ganada a fuerza de tanto sacrificio, no se expone nadie a perderla, arrojándola en la balanza de la Bolsa. Se acordó entonces de sus cuñados despojados, e hizo una mueca. Ellos hablarán de la justicia de Dios; aquí no hay más Dios que mi suerte, que me ha abandonado. ¡Maldito sea yo y mi suerte! Llegó, por fin, al Ministerio y entró.