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Valiòle el escogerme por padrino, Que el tiempo le enseñó lo que convino. El Obera, maldito, dado habia La cruz

Pues a me gusta la receta de Su Eminencia, especialmente lo del pan, pues el Catecismo maldito si hace falta, ya que todos lo aprendemos de pequeños. El perrero mostraba cada vez más entusiasmo hablando de su príncipe.

22 Maldito el que se echare con su hermana, hija de su padre, o hija de su madre. Y dirá todo el pueblo: Amén. 23 Maldito el que se echare con su suegra. Y dirá todo el pueblo: Amén. 24 Maldito el que hiriere a su prójimo ocultamente. Y dirá todo el pueblo: Amén. 25 Maldito el que recibiere don para herir de muerte al inocente. Y dirá todo el pueblo: Amén.

De repente le entraban a la señora de Jáuregui recelos punzantes, y decía: «Si no puede ser, si es mucha mujer para medio hombre. Si no existiera este maldito desequilibrio de sangre, él con su cariño y yo con lo mucho que , domaríamos a la fiera; pero esta moza se nos tuerce el mejor día, no hay duda de que se nos tuerce».

¡Y don Francisco! ¡ah! ¡don Francisco! ¡Pero explicáos por Dios, Dorotea! Quevedo no os ha llamado á mi casa para veros, sino para que yo os viese. No os entiendo. ¡Quevedo, Quevedo! ¡Ah! ¡Maldito sea! ¡Pero explicáos, Dorotea, explicáos por Dios, que no os entiendo! Ese hombre, ese Quevedo... parece que lee en mi alma, lo que en el alma está oculto; parece que adivina.

Y siempre el maldito caballo ocupando su pensamiento, viéndolo con los ojos de la imaginación tal como estaba en su cuadra al salir ellas de paseo, panza arriba, estirando convulsivamente las patas.

Mal, muy mal le supo al de Rufete la sujeción, porque sobre todos sus instintos malos y buenos dominaba el de la vagancia y el gusto de correr por calles y caminos, con cierto afán como de buscar aventuras. La mortificación de su amor propio al ver que le eran muy superiores niños de menos edad que él, aumentaba el horror que hacia el colegio y su maldito profesor sentía.

Al encontrarme en la calle miré a las rejas y las vi cerradas. Atormentado por el recuerdo de lo que había visto y oído, revolviendo en mi cabeza pensamientos de venganza, proyectos de barbarie, y no qué ideas impías y locas, dije para : Ya no me queda duda. Mataré a ese maldito inglés.

Porque ya, desde que viví con el ciego, la tenía tan hecha bolsa que me acaeció tener en ella doce o quince maravedís, todo en medias blancas, sin que me estorbasen el comer; porque de otra manera no era señor de una blanca que el maldito ciego no cayese con ella, no dejando costura ni remiendo que no me buscaba muy a menudo.

A quien se va a llevar el diablo es a dijo Jacintito estrujando con rabia el periódico, ¡estoy de un humor! ¡maldito sea o senhor don Raimundo de Melo Portas e Azevedo! ¿Te ha echado otra vez la garra? ¿Cómo no? pero la culpa es mía. ¡No le costó poco arrancarle al viejo los cinco mil nacionales, que debía al pícaro portugués!