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«Querido dijo a Rubín la dama esférica, tocándole amistosamente en el hombro . Hágame el favor de decirle a Lupe que la pájara mala sacó pollo esta mañana... un polluelo hermosísimo... con toda felicidad...».

Aun así, el 68 ya tenía Torquemada dos casas en Madrid, y había empezado sus negocios con doce mil reales que heredó su mujer el 51. Los un día mezquinos capitales de doña Lupe, él se los había centuplicado en un par de lustros, siendo esta la única persona que asociaba a sus oscuros negocios.

«Ya está roncando ese... dijo doña Lupe retirándose a su alcoba . ¡Qué noche va a pasar el otro pobre!». Serían las nueve de la mañana siguiente, cuando Nicolás pidió a Papitos su chocolate. Salió del cuarto con la cara muy mal lavada, y algunas partes de ella parecían no haber visto más agua que la del bautismo.

Cada cual se comía una yema de chocolate, y después tomaron otra de coco. Lejos del oído impertinente de doña Lupe y doña Casta, Aurora se secreteó con Fortunata: «Se han ido todos esta tarde... El primo Manolo va también con ellos». v Aquí cuadra bien decir que Fortunata y la viuda de Fenelón se habían hecho muy amigas.

Mucho agradecía esto el joven, y juzgando por mismo, creía que la indulgencia de doña Lupe se derivaba de un afecto, cuando en rigor provenía de esa imperiosa necesidad que sienten los humanos de ejercitar y poner en funciones toda facultad grande que poseen.

En tanto, doña Lupe hacía mil consideraciones sobre el apático desdén con que Juan Pablo recibiera la noticia de aquello. Había fruncido el ceño; después había opinado que su hermano era loco, y por fin, alzando los hombros, dijo: «¿Yo qué tengo que ver? Es mayor de edad. Allá se las haya». Lo mismo Maximiliano que su tía habían notado que Juan Pablo estaba triste.

Maxi se ponía tan nervioso, que a veces tenía que salirse de la cama y del cuarto. Lo que más le incomodaba era que a la mañana siguiente el cura sostenía que no había dormido nada. Indicó a doña Lupe que le librara de este martirio poniendo a Nicolás en otra habitación. ¿Pero dónde, si no había más aposentos en la casa?

Tenía escalofríos, dolor de cabeza y ganas de bostezar a cada momento. Conociole doña Lupe en la cara la desazón, y le preguntó con gran interés: «¿Tienes ascos, mareos...?». No lo que tengo; pero me acostaría de buena gana.

Me ha parecido humilde, de un carácter apocado, de esas que son fáciles de dominar por quien pueda y sepa hacerlo». Hablando luego de que la metían en las Micaelas, todas las presentes elogiaron esta resolución, y doña Lupe se encastilló más en su vanidad, diciendo que había sido idea suya y condición que puso para transigir, que después de una larga cuarentena religiosa podía ser admitida en la familia, pues las cosas no se podían llevar a punto de lanza, y eso de tronar con Maximiliano y cerrarle la puerta, muy pronto se dice; pero hacerlo ya es otra cosa.

El carácter sacerdotal de su hermano le impresionaba, pues por mucho que su tía y él hablaran contra el neísmo, un cura siempre es una autoridad en cualquier familia. A este hermano le quería Maxi menos que a Juan Pablo, sin duda por haber vivido ausente de él durante su niñez. Los dos hermanos mayores almorzaron juntos, mas no hablaron ni palotada de política, por no chocar con doña Lupe.