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El tejido vaporoso de la piña hacía de su linda cabeza una cabeza ideal, y los indios que la veían, la comparaban á la luna rodeada de blancas y ligeras nubes.

En las hermosas noches de luna de Agosto, bajo un cielo estrellado, respirando el aire puro del campo, ¡qué gratas resultaban aquellas fiestas de los melonares, y qué grato el regreso con las primeras luces del día, navegando en ligeras barquillas que surcaban las aguas del río tranquilas y serenas y rizadas apenas por las brisas del amanecer...!

Y como les dijese unas veces que era el sol, y á otros en otras partes decia que era la luna, y á otros que era su Dios y Hacedor, é á otros que era su lumbre que los calentaba y alumbraba, é que ansí lo verian en los volcanes de Arequipa ; en otras partes decia que era el Señor que habia dado el ser al mundo, y que se llamaba Pachacama, que dice, Dador de ser al mundo; y ansí los traya, como tengo dicho, engañados y ciegos.

Don Víctor, que se aburría abajo, oyó cantar el Spirto gentil y subió. Le daba ahora por la música. Cantar óperas, a su modo, y oír cantar a los que afinaban más que él, era su delicia por aquella temporada, y si todo esto se hacía a la luz de la luna, miel sobre hojuelas.

Cuando llegué al postigo, aquel hombre, á quien reconocí á la luz de la luna y que era el mismo soldado que durante algunos días había estado de aposento en nuestra casa, había puesto á Margarita sobre el arzón de su caballo, había montado y había partido.

La antigua fe intentaba renacer en Luna, pugnando por arrojar lejos las nuevas convicciones que le dominaban; pero las lecturas del día siguiente bastaban para borrar estas reminiscencias que agitaban durante la noche su pensamiento.

El pulso del dios azul eran las mareas. La tierra se volvía hacia la luna y los astros con una rotación simpática igual á la de las flores que se vuelven hacia el sol. Todo lo que en ella hay de más móvil la masa flúida de la atmósfera se dilataba dos veces diariamente, hinchado su seno, y esta succión atmosférica, obra de la atracción universal, se reflejaba en las aguas, conmoviéndolas.

No es bueno hacer mofa, señor, ¡que si fuera algún ánima ensabanada! ¡Yo tiemblo! Pablillos se retiró, y Ramiro salió a la galería. La piedra, el ambiente, la tierra herbosa del patio, todo se refrigeraba en la clara noche de luna. Ramiro se apoyó en el antepecho y levantó las pupilas. Grandes nubes iluminadas viajaban en el augusto silencio.

A su madre la había querido mucho, le había besado los pies desnudos durante la luna de miel, que había sido exagerada; pero poco a poco, sin querer, había visto él también en ella a la antigua modista, y la trató al fin como un buen amo, suave y contento.

Nácar de luna que en los cielos, riela, oriflama brillante sobre el mar, nieve en la cima que el calor deshiela, pebetero encendido ante el altar, presto a los caminantes mi consuelo, acompañando a y a Caridad; las tres llevamos por camino el cielo, formando una gloriosa trinidad.